Título: Grecia en el aire
Autor: Pedro Olalla
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
Llegó a mis manos este fantástico libro como regalo para el próximo viaje que tengo la intención de acometer. Volver a Atenas después de más o menos un lustro sin pisarla. Tengo muchísimas ganas, y Grecia en el aire no ha hecho más que acrecentarlas.
Como podéis deducir por el título y el subtítulo del mismo, Pedro Olalla hace un análisis de lo que fue la democracia ateniense, y lo confronta con la situación actual en la capital griega, en el país y en las democracias actuales.
Grecia siempre ha sido el supuesto espejo en el que se miran las supuestas democracias actuales. La palabra «supuesto» no es casual. Para mi, una de las principales conclusiones maravillosamente expuesta, con claridad absoluta y buena prosa, de este libro es que la democracia de hoy no tiene nada que ver, es casi lo opuesto, a la democracia que fue. Sólo se parecen en el nombre, y lo malo es que perdemos en ello muchísimo (como ciudadanos, digo).
Hace poco leía las recomendaciones sobre qué ver en Atenas, en un blog de viajes. Me llamó mucho la atención la cantidad de veces que se decía, de la gran mayoría de lugares citados, la idea de «no hay mucho que ver… pero es un lugar con mucha historia», y «seguramente te decepcione, no hay mucho que ver». Siempre me ha parecido triste afrontar el recuerdo de un lugar de esta forma. Una sucesión de sitios históricos por los que has pasado, has hecho un par de fotos, los has incluido de hecho en tu recopilación de recomendaciones para el blog que escribes (o el medio que sea) y en un alarde de sinceridad -que se agradece en cualquier caso- empiezas o terminas con un «no ha mucho que ver». Triste.
Grecia en el aire es mucho más que un ensayo y reflexión sobre las democracias. Es un ensayo que pasa por ser una estupendísima guía de la Atenas actual, ya que se hilvana en los paseos que Pedro Olalla realiza por la ciudad parándose en todos los hitos de la Grecia antigua -que no se concentran únicamente en la Acrópolis-. Este helenista, profesor, traductor, escritor, fotógrafo y cineasta asturiano sabe de lo que habla.
Paseos en los que nos habla de los pensadores que impulsaron y alimentaron aquella democracia basada en la voluntad del pueblo para el pueblo, el gusto por la política como forma de debate y (auto)gobierno, la invitación a la reflexión y a la participación colectivas, la no delegación del debate, propuestas y decisiones en las clases privilegiadas. Un recorrido por Atenas que le da mucho más sentido que otras guías y relatos que podamos leer acerca de la que fue la cuna y tumba de la primera democracia conocida en el mundo occidental. Tumba porque finalmente sucumbió, porque nunca estuvo exenta de detractores, porque el ser humano siempre ha tenido ese lado codicioso y ávido de ejercer el poder sobre los demás y lo demás…
No puedo menos que compartir algunos párrafos escogidos al azar, una pequeña muestra de lo que es la lectura de este libro, que os recomiendo muchísimo tanto si vais como si no, como si habéis estado en Atenas, como si tenéis intención de ir.
Me estoy pensando seriamente en llevarlo y releerlo allí de nuevo, porque es de esos libros que no importa leer varias veces incluso con poco lapso de tiempo entre una y otra, ya que siempre descubres nuevas ideas y detalles. Como las buenas películas, como la buena música.
En los días de Solón, el proceso que con el tiempo acabaría conduciendo a la democracia se puso en marcha a raíz de una desigualdad económica que generaba una injusticia social. El poeta intentó crear un sistema para que los ricos no pudieran abusar de los pobres, intentó desvincular el poder de la riqueza y vincular la soberanía al individuo; intentó corregir la desigualdad económica avanzando hacia la igualdad política; e intentó, sobre todo, que la libertad dejara de estar supeditada a la posesión de recursos. Comenzó ahí un empeño llamado a convertirse en un reto eterno, la búsqueda de la justicia social, el propósito de combatir con argumentos éticos la desigualdad que generan los bajos instintos, la fuerza bruta, o incluso la fortuna o la naturaleza. Una acción generosa del hombre para con el hombre, consciente a la vez de su debilidad y de su fortaleza.
La seisachtheia, la valiente decisión de suprimir entre los atenienses la esclavitud por deudas, fue sin duda una de las acciones que abrió definitivamente paso al nacimiento de los conceptos de dignidad humana, ciudadanía y democracia. Hoy, veintiséis siglos después, no sólo no ha sido erradicada la esclavitud por deudas, sino que el objetivo último de los poderes que ahora nos gobiernan no parece ser otro que ése: esclavizar de facto a la humanidad a través de la deuda.
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Ellos y Nosotros. Si hay un punto que puede expresar gráficamente la divergencia entre la antigua democracia ateniense y la actual, es la percepción de esta oposición. El ciudadano antiguo nunca la entendería. Aun si se sintiera defraudado por la política de la ciudad, se sentiría parte de ella. Sólo habría un Nosotros.
Hoy, sin embargo, los ciudadanos nos vemos enfrentados a Ellos, a la política de Ellos.
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Al trasponer la verja del recinto arqueológico, vuelvo a salir de nuevo a la explanada donde, entre los sobrios olivos y los exultantes ciclamores, se extiende al sol la terraza del café Athenaeon Politeia. Paso por delante de la barbería de mi peluquero Jenofonte, quien, como en los tiempos de Sófocles y Sócrates, me da conversación política cada vez que me pela, preguntándome con discreción profesional cómo veo «la cosa»… Su negocio -nunca me acuerdo de decírselo- ocupa más o menos el solar donde Temístocles mandó erigir un día el santuario de Ártemis Aristóbulos, «la Buena Consejera». Saltando, como siempre, entre el ahora y el entonces, encamino mis pasos hacia el café Thiseio.
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La ciudadanía griega fue para quien la tuvo una exigente prerrogativa de acción, de implicación y de responsabilidad política; la ciudadanía romana, en cambio, fue para la mayoría de quienes la ostentaron una mera salvaguarda de garantías jurídicas sin derecho a la participación real en la política. Desde entonces, somos más ciudadanos romanos que griegos, y las «democracias» que ha habido hasta hoy en día descienden mucho más de la sangre del republicanismo romano que de aquel denodado proyecto ateniense cuyo nombre -atrevámonos a decirlo- se permiten seguir usurpando.
Está muy bien la entrada, gracias