Título: Reencuentro con el Tibet
Autor: Heinrich Harrer
Reseña hecha por : Alicia Ortego @Alisetter
Heinrich Harrer fue aquél montañero austriaco que “se coló” en Lhasa junto con Peter Aufschnaiter allá por 1946, en plena II Guerra Mundial, después de dos años de peregrinaje de incógnito en el País de las Nieves. Antes que ellos, pocos occidentales habían pisado la capital del techo del mundo. Alexandra Dávid-Neel entre aquellos antecesores.
Heinrich y Peter vivieron allí hasta que 5 años después las tropas chinas entraron, dispuestas a quedarse (y hasta hoy ahí están). Decidieron huir junto con el Dalai Lama hacia la India (aunque éste aún volvió y cogobernó durante unos pocos años junto con los chinos… que no digan que no lo intentó).
Heinrich Harrer es el autor del mundialmente famoso Siete años en el Tíbet, más por la película del mismo nombre que quizá por el libro, una película realmente bella, aunque por circunstancias políticas no pudo ser rodada allí. Dicen que los tibetanos que trasladaron a los parajes de los Andes chilenos para rodar dicha película se emocionaron al ver la réplica del Potala y el paisaje relativamente similar.
Ojalá pudieran haberla rodado en su tierra. Ojalá pudieran haber vuelto a ella.
No fue hasta la primavera de 1982 cuando Harrer vio cumplido un gran sueño: volver a la tierra que le hizo feliz. La tierra en la que estaba dispuesto a pasar el resto de su vida… ahí es nada!.
¿Qué tendrá ése país, ésa nación, para producir un efecto tan contundente en un viajero? O ¿qué tendría?. Porque Tíbet ya no es el mismo, y Harrer da fe de ello en éste su segundo libro, el de su reencuentro con su sueño, con su vida anterior. Un encuentro altamente frustrante, lleno de rabia e impotencia por ver en qué lo han convertido, por ver los destrozos y el teatro que los chinos exhibían como ejemplo de sus buenas intenciones: fachadas reconstruidas, chinos haciendo que trabajan en la restauración de estatuas al aire libre (en cuanto se daba la vuelta, dejaban de trabajar).
Por todas partes te espían, siguen y vigilan, para que no retrates nada prohibido. Cuando, en cierta ocasión, uno de nuestro grupo hizo una fotografía sin el debido permiso, nos obligaron a todos a dejar las cámaras fuera del templo hasta que finalizó la visita.
Cada día recibimos nuevas instrucciones de la agencia de viajes china y del intérprete acerca de lo que está permitido o prohibido. Esto resulta desagradable y molesto, pero también hay cosas cómicas, como la frase que leemos junto a un monumento: “La prohibición de obtener fotografías es aquí gratuita”
En 1982 el Tíbet volvía a despertar de otro sueño. Volvía a abrirse al exterior (permitiendo entrar a unos pocos turistas extranjeros), pero con condiciones. Despertaba esta vez de un mal sueño, muy malo, el de la Revolución Cultural.
Esa gran nación que es la República Popular China, hoy vuelve a ser Imperio y probablemente lo siga siendo si sus ansias de imperialismo no la frenan, ya que todo parece indicar que nada más puede hacerlo.
Y entre otras cosas, lo es a costa de aplastar impunemente a un pueblo pacífico, y por supuesto aprovechar sus recursos naturales, aparte de inflar sus sentimientos patrióticos que a buen seguro harán crecer sus ganas de avanzar en el mundo.
Que sí, que el modelo de sociedad y gobierno tibetanos no eran los ideales, de acuerdo (y Harrer no hace más que tratar de verlo tratando de ser ecuánime), pero no por eso se ha de masacrar un pueblo, sus ideas, sus creencias, sus costumbres, su lengua.
Vamos, digo yo.
Harrer se encuentra con antiguos amigos, los que vivían en Lhasa y constituyeron su familia en aquellos 5 años.
Algunos son “bicéfalos”, término que los propios tibetanos adjudicaban a los que han decidido mostrarse de acuerdo y/o colaborar con el invasor. Con ellos trata de hablar y entender sus razonamientos. En parte les llega a dar la razón. En buena parte, no.
Y otros simplemente tratan de sobrevivir con el miedo a ser denunciados o detenidos o desaparecidos o… Más los habitantes de Lhasa que han vivido un sinfín de horrores, especialmente durante la Revolución Cultural (como en todo China, por cierto). Los nómadas en cambio, según Harrer acuden más que nunca al Barkhor, a vivir la espiritualidad del lugar más santo de todo Tíbet, tras realizar las peregrinaciones épicas que tienen por costumbre hacer a cambio de un buen lugar en la próxima vida.
Nómadas que durante muchos años han visto cortadas sus alas, porque a China no le interesa la población incontrolable. En realidad, a pocos o a ningún gobierno, ningún poderoso, le interesa contar con espíritus libres que se mueven a su antojo. Los nómadas nunca han sido aceptados, aunque irónicamente sí son revestidos de un aura romántica.
Las evocaciones se suceden con el relato de la historia antes y después de la ocupación china, sobre todo después. Una especie de segundo capítulo de Siete años en el Tíbet, pero con más vocación de difusión sobre la situación de lo que allí acontece, que de relato de viajes.
Era el 15 de enero de 1946 cuando Peter Aufschnaiter y yo, que llevábamos casi dos años de huida y procedíamos de las mesetas septentrionales del Changtang, vimos relucir por vez primera, desde el valle de Kyitchu, los áureos tejados del Potala en la lejanía. Durante los años siguientes visitaría con frecuencia este sitio, llamado Kyentsal Lupding, que se halla a diez kilómetros de estancia de Lhasa. Yo le puse el nombre de Lugar de las Despedidas y los Reencuentros, porque entre las bellas costumbres de los tibetanos figuraba la de despedir y recibir aquí a los niños que se iban al internado y volvían de él, al amigo que emprendía una peregrinación o a los nobles que viajaban a la India o regresaban de su viaje. Se montaban tiendas, se disponían pequeñas mesitas plegables, y la celebración era siempre grande.
Así, además de contar su experiencia personal con este reencuentro, analiza la situación política con lo que sabe y con sus conversaciones privadas con el Dalai Lama (siendo una relación que ha perdurado a través de los años, una amistad inquebrantable), siempre desde su propio punto de vista.
Cuenta hechos como el de las dos delegaciones que los chinos permitieron que el Dalai Lama enviara desde Dharamsala después de la caída de “la banda de los Cuatro” -esos genocidas que idearon y ejecutaron la Revolución Cultural-, ya que él rechazó la invitación de volver al Tíbet por no fiarse de China.
Delegaciones encabezadas una por su hermana, y otra por su hermano. Ambas generaron un movimiento sorprendente entre los tibetanos. El pueblo se volcó sobre estas delegaciones, ansiosos por honrar y mostrar su respeto y adoración por el Dalai Lama, aun cuando no estaba presente en persona. Los chinos tuvieron que reconocer que de nada había servido la Revolución Cultural, los años de anulación ideológica y prohibición absoluta, la “reeducación” de las masas con programas perfectamente ideados y llevados a cabo para lavar los cerebros de las pobres gentes.
Claro, es que así no se hacen las cosas, y así es fácil lograr el efecto contrario.
Quizá por esta experiencia es que los recelos hacia el Dalai Lama no se aflojan nunca.
La segunda visita de Harrer es a principios de los años 80 del pasado siglo, y mucho ha llovido de nuevo desde entonces. Habían pasado 30 años desde la ocupación china, y hoy ya han pasado 60 años, y parece que hay constantes que se repiten año tras año: cierre y apertura de fronteras a discreción del gobierno chino, obligatoriedad (al menos oficial, y fuera de Lhasa real) de viajar en grupo organizado y con un comisario del gobierno chino controlando los pasos de los turistas, etc., etc.
Parece que otras han evolucionado un poco, como el número de monjes permitidos en los monasterios (porque eso se regula desde el gobierno central), o ciertos movimientos y permisos para los extranjeros.
Pero las más importantes están tomando un rumbo que ni siquiera el gobierno chino sabe dónde puede acabar: desde el año 2008 se han autoinmolado más de 50 tibetanos, la mayoría monjes. De estos, más de 40 entre 2011 y sobre todo lo que llevamos de 2012.
¿Qué está pasando para que un ser humano, y más de creencias tan arraigadas, llegue a ése punto de desesperación?
No puede ser un simple inconformismo político, tiene que haber mucho más detrás, pero los medios de comunicación han perdido el interés real por lo que pasa allí desde hace tiempo, y por supuesto el blindaje de las autoridades chinas no favorece que lo retomen.
Dicen que los que sobreviven a su inmolación son torturados en el mismo hospital (en habitaciones aisladas del resto), antes de curar sus heridas, para que denuncien a sus compinches. Uf.
Las Naciones Unidas parecen no pronunciarse al respecto. Qué vamos a esperar de los gobiernos, de los políticos, que sólo saben servir a sus amos Dinero y Poder. En cualquier otro lugar, especialmente de Oriente Próximo, esto significaría una intervención militar “humanitaria”, o como mínimo mínimo sanciones públicas y notorias aunque sean morales al gobierno que lleva a cabo esa “política”. Con el Tíbet, no.
Este verano he intentado acceder a Tíbet aun bajo las condiciones que impone el gobierno chino, pero finalmente a una semana de salir la embajada china seguía solicitando nuevos e interminables requisitos antes de conceder los permisos pertinentes y por tanto se anuló el viaje. Desde entonces trato de bucear buscando nuevas noticias, y sólo encuentro aumento de exigencias para entrar y rumores de nuevos cierres de la frontera. China juega a que no está cerrado, cuando de facto lo está. Elude la oficialidad y así nadie le dice nada. Y nadie sabe lo que ocurre allí. ¿Os suena? A mí sí. Nadie sabía lo que Hitler hacía en Alemania y otros países ocupados como Polonia. Se suponía que había “campos de trabajo”. Creo que todos conocemos la Historia, y parece que los Gobiernos están dispuestos a dejar que se repita, o a no impedirlo, o a ni siquiera preguntarse si puede volver a ocurrir.
Un nepalí amigo de una amiga le contó este mismo verano que allí está habiendo muchos asesinatos. Ha trascendido que China impide que los tibetanos escapen por la frontera del Himalaya a los países vecinos: Nepal e India. Goteos de información que nunca se aclararán si aquello sigue blindado.
Volvamos al libro de Harrer… un libro que destila tristeza y también alegría por el reencuentro, por la visión de los magníficos paisajes y el encuentro con las magníficas gentes que son los tibetanos. Máxime cuando andando por el sagrado circuito del Barkhor la gente le reconocía, los vecinos le reconocían!! y le preguntaban por su compañero Peter.
Supongo que es lo que tiene haber vivido en una ciudad donde sólo un par de extranjeros se movían libremente, aunque en realidad no fueran los únicos porque allí ya estaba la delegación diplomática del Reino Unido, que al principio se planteó expulsarles dada su nacionalidad (no olvidemos, II Guerra Mundial).
Lo que habría dado por tener una experiencia como ésa. No creo que quede ningún lugar en el mundo en el que poder vivir algo así. Y que conste que estos dos señores se jugaron la vida para llegar hasta allí, realmente se la jugaron por la dureza del camino y las condiciones del viaje.
Y la despedida de Harrer, esta vez sabiendo que es definitiva, no puede dejar de emocionarnos…
Fuera ya clarea. Lo noto por la tenue luz que penetra por la ventana. Propiamente tendría que cantar un gallo, me digo. Completaría maravillosamente el cuadro. El primer canto del gallo… Pero ni siquiera se oye el ladrido de un perro a lo lejos. Nuestro autocar está dispuesto para la partida. Hace frío y el sol asciende con lentitud. Llegamos a Kyentsal Lupding, el “lugar de las despedidas y los reencuentros”. Como es lógico, allí ya no se alzan tiendas de campaña, ni hay colchonetas en el suelo. Tampoco ofrecen té ni aquellos pequeños dulces. Nadie nos aguarda para ponernos una cinta de la suerte alrededor del cuello, con objeto de conseguir la protección de los dioses y un regreso feliz. Y el momento de la partida nos fue comunicado exactamente “a tal hora y tantos minutos”, y no como antes, cuando decían “al primer canto del gallo”, o “al segundo”.
Miro atrás por última vez. En la lejanía distingo la silueta del Potala, cada vez más clara a medida que la mañana avanza, y sé que, en efecto, se trata de la última vez.
Gracias Iván, no sé cómo tomarme lo de la tesis doctoral, je, je, así que ya me lo cuentas un día ;P
Poco que añadir a lo dicho ya, y me voy apuntando los títulos que comentas 🙂
Un abrazo
Gran reseña Alicia, es de Tesis Doctoral 🙂 . La verdad es que lo de China es muy fuerte, actualmente todo el mundo mira para otro lado debido a su incipiente poder económico, pero las violaciones de Derechos Humanos son de traca. Leí hace años un libro sensacional sobre China» Apocalipsis Mao » de Leguineche , fascinante. Y otro que me gustó mucho es » Behind the Wall » de Colin Thubron, en ambos se comentaba la verdad de China, por cierto tengo en casa en espera ‘Behind the Door : Travels in Unknown China » de Tiziano Terzani, por ese libro lo echaron del país, así que promete 🙂
El libro está muy bien sobre todo porque es un testimonio único e irrepetible: uno de los pocos occidentales que conoció el Tibet anterior a China, y que lo visita después y se esfuerza en hacer un análisis con tintes de imparcialidad… No tiene la calidad literaria de otros viajeros como Alexandra David-Néel, pero se deja leer y merece la pena.
De Tíbet… no sé si me quedan ganas, o si se reavivarán. Para el 2013 tienen planeado construir un parque temático gigantesco a las afueras de Lhasa así que se cargarán ése famoso valle, y simplemente queda claro de que su intención es anonimizar todo lo que puedan un territorio más de su Imperio, como se afanan en hacer con otras regiones como las que lindan con las repúblicas de Asia Central. Así que no sé… pocas veces (o nunca hasta ahora) se me han roto los sueños largamente larvados y tan fácilmente, quizá porque he querido mirar hacia otro lado hasta que no me ha quedado más narices que informarme y tratar de entender, y no me ha gustado nada lo poco que he atisbado.
Espero que no consigan, nunca, cargarse las montañas más altas del planeta, ni otros muchos tesoros que sin duda alguna existen allí y sólo allí. Pero la cultura original, ésa es muy frágil, como en todas partes.
Un lugar tan mágico y tan oculto a los ojos del mundo por la maquinaria gubernamental china que no hace otra cosa que provocar más ganas de conocer y de descubrir qué se esconde en un sitio tan inaccesible.
El año pasado también sufrimos nosotros lo que comentas; a dos semanas de salir hacia Katmandú nos informaron del cierre de la frontera (no se sabe, ni te dicen si es China la que ha cerrado su parte o Nepal, por orden de China). La segunda vez que planeábamos ir, y la que estuvimos más cerca… A la tercera dicen que va la vencida, pero no sé si nos quedan ganas.
Tomo nota del libro, no sé si nos hará crecer las ganas de esa tercera o acabará por apagarlas por completo al ver lo que ha cambiado (y más en los últimos 30 años) desde la imagen romántica del Potala…