Título: El ministerio de la Felicidad Suprema
Autora: Arundhati Roy
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
Dos décadas después de la publicación de la novela El dios de las pequeñas cosas, esta escritora india, más ensayista y activista de las llamadas “causas perdidas” en su país, que novelista, ha vuelto a hacerlo.
Ha vuelto a publicar una novela llena de personajes, historias y reivindicaciones que da gusto leer. Llena de párrafos que no tienen desperdicio. Precisos, bellos y duros. No dudé ni medio segundo en comprarla cuando me enteré de que la publicaban, y acerté.
Arundhati Roy pone nombres y sobre todo historias a ese caos de Delhi, a las preciosas montañas y valles de Cachemira, al acoso al que se ven sometidas las mujeres jóvenes (o no) e independientes, y se fija en la minoría musulmana de India.
Como mucho la larga entrevista merecía una mención maliciosa y jocosa en algún suplemento de fin de semana sobre la Vieja Delhi. Si el artículo era a doble página, podría incluir una foto de Mulaqat Ali junto a algunos primeros planos de platos de la gastronomía mogol, fotos tomadas desde lejos de mujeres musulmanas con sus burkas surcando las calles estrechas y mugrientas en rickshaws y, por supuesto, la foto panorámica obligatoria de miles de musulmanes tocados con sus gorritos de oración blancos, alineados en perfecta formación e inclinados durante el rezo en la Jama Masjid. Algunos interpretaban dichas fotografías como una prueba del avance hacia el laicismo y la tolerancia del pluralismo religioso en la India. Otros las recibían con cierto alivio al ver que la población musulmana de Delhi parecía bastante conforme en su animado gueto. Sin embargo, otros las interpretaban como una prueba de que los musulmanes no deseaban “integrarse” y estaban ocupados multiplicándose y organizándose para volver a ser una amenaza para la India hinduista. La influencia de quienes defendían esta opinión crecía de forma alarmante.
Roy habla de la sinrazón de los nacionalismos grandes y pequeños, de los asesinos que se amparan en ellos, de las locuras colectivas. De los seres humanos que navegan entre montones de basura cada día, algunos buscando su propia identidad.
Muchos tratando de sobrevivir y sin saber por qué. Respirando aires hediondos que los acaban matando, mientras duermen en las rotondas, en el tráfico, en el humo. Algunos viven así, pero haciendo de la reivindicación y la lucha contra la injusticia su asidero.
“La normalidad en nuestra parte del mundo es un poco como un huevo duro: su inocua apariencia esconde en su centro una yema de violencia atroz. Nuestra ansiedad constante frente a esa violencia, nuestro recuerdo de lo que ha provocado en el pasado y nuestro temor de lo que pueda llegar a provocar en el futuro establecen las reglas para que personas tan complejas y diversas como nosotros continuemos coexistiendo, continuemos viviendo juntas, tolerándonos y, de vez en cuando, asesinándonos. Mientras el centro de mantenga, mientras la yema no se deslice, estaremos bien. En momentos de crisis resulta de gran ayuda adoptar una perspectiva a largo plazo”. La novela tiene dos partes, dos grandes historias que terminan uniéndose en el caos.
La primera se desarrolla en Delhi, sobre todo en la ciudad vieja, los barrios en torno a la mezquita Jama Masjid, lo que me ha traído muchos recuerdos de mi último viaje. Cuenta la historia de los Hijra, personas del tercer sexo, ni hombres ni mujeres. Algunos se someten a operaciones quirúrgicas para ser mujeres, otros no. Su aceptación en la sociedad india es liminal. Un “sí pero no”, pero ello@s están presentes allí desde hace siglos y así lo atestiguan los escritos antiguos. El conflicto personal, psicológico, y cómo se desenvuelven en la India de estos años que vivimos está tratado con maestría.
La otra historia principal del libro se centra en Cachemira y los años duros de una guerra que parecía no ser, de puertas para afuera. En la década de los 80 del siglo XX el viejo conflicto vivió lo peor, hasta el momento. El ejército y los insurgentes divididos en mil grupúsculos asesinaron a mucha, mucha gente. El pueblo, enmedio, sufriendo. Claro que una mayoría se inclina del lado insurgente. El terror de Estado (el de verdad) es el más fuerte con diferencia y no deja mucha más opción.
“-¿Cruzaste la frontera? ¿Te entrenaron en Pakistán? -preguntó Naga a Aijaz (…)
-No, me entrenaron aquí, en Cachemira. Ahora aquí tenemos de todo. Armas, entrenamiento… Compramos la munición del ejército. Veinte rupias por bala y novecientas por…
-¿Al ejército?
-Sí. Ellos no quieren que cese el conflicto. No quieren salir de Cachemira. Están más que contentos con la situación actual. Ambos bandos hacen dinero con los jóvenes cachemires muertos. Ellos son los responsables de tantas y tantas explosiones y matanzas.
Cachemira lleva unos años en aparente paz, pero de vez en cuando todo vuelve a ocurrir.
En agosto de 2016 hacía dos meses habían estallado otra vez las cosas. El ejército había matado a un joven líder cachemir que preparaba una protesta pacífica. Se disculparon, dijeron que fue un error. Pero es otra muerte sobre muerte, y la gente salió a la calle. Hubo disturbios, detenciones…
Precisamente yo iba a pasar un par de días a Srinagar. Dos meses después seguía bajo toque de queda pero se permitía la entrada a los escasos turistas que decidieron no cambiar el plan. Me quedé prácticamente varada en el Lago Dal. Reinaba una calma tensa y la prohibición de visitar el casco antiguo de la ciudad. La noche antes de mi partida oí “cohetes”. Un par de días después supe que había muerto gente. No eran cohetes, pero yo estaba allí de vacaciones y mi mente no quiso conectar con aquello.
En la novela de Arundhati Roy he encontrado más detalles sobre aquellos sucesos. Y detalles que me hacen comprender algunas cosas que pude ver. También leí hace poco en la revista 5W un artículo sobre ese mismo verano, y algunas cosas que cita Arundhati en su novela.
Un amigo de Cachemira, al contarle que estaba leyendo esta novela, me dijo que allí conocen mucho a Arundhati Roy, y que ella viajó a las zonas más lejanas y fronterizas a las que nadie sin permiso logra llegar. Esta novela no es ficción. Ojalá lo fuera.
Me estremezco. Los turistas y viajeros, que también son (somos) mencionados, no nos enteramos de nada. De nada.
India, fascinante fábrica de no sé sabe qué. Gigante. Despiadada. Promesa y desolación al mismo tiempo.