Título: Lituma en los Andes
Autor: Mario Vargas Llosa
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
Buscando lecturas sobre mi próximo destino, acudo a uno de los más insignes escritores del país, Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura. Tiene grandes libros, no me cabe duda, como La fiesta del Chivo por poner sólo un ejemplo.
Es de esos autores que quizá no siempre sea un valor seguro, y a nivel personal manifiesta una ideología liberal y conservadora en sus muchos escritos de prensa y declaraciones que hace que me piense bastante si voy a leer algo de él o no…
Pero en esta ocasión decidí seguir al instinto.
Me he encontrado con un relato en el que logra pintar muchas cosas de su país, Perú, en un pequeño escenario y con unos cuantos personajes.
Desde la presencia de Sendero Luminoso y su “Revolución” fanática, llevada a cabo por descontentos idealistas que cayeron en una especie de trance extremista que les llevó a cometer todo tipo de asesinatos y masacres…
Hasta las creencias que siguen vigentes en las cumbres andinas, allá donde parece que el resto del mundo no llega, o llega muy deteriorado ya. Allá donde trabajan y malviven los parias, los que necesitan esconderse, los que no les quedó otro camino.
Minas pobrísimas que subsisten, con hombres cuyo único escape son las noches bañados en pisco, en la cantina regentada por un par de personajes extraños que juegan con las fuerzas ocultas, las tradiciones andinas.
Hombres que temen a la propia naturaleza, pues allí es muy fuerte y claramente superior al ser humano. Terremotos, derrumbamientos, frío, altitud. ¿Cómo no temerla, cuando hay que vivir en barracones de madera sin ningún equipamiento más que los catres y unas horas de luz después de ponerse el sol?
Un miedo que llega a tal punto que hace que la sinrazón gane la partida y lleguen a realizar sacrificios para tratar de que los espíritus que rondan las noches no vayan a por ellos. Para tranquilizar a esos seres que no son humanos ni animales, para tranquilizarse a sí mismos, para encontrar una razón a la existencia miserable. A veces alguien tiene que morir, o desaparecer, para calmar a las Fuerzas del Mal (o a los de Sendero, que vienen complicando las cosas).
“Todos estos cerros están llenos de enemigos –dijo suavemente-. Viven ahí dentro. Se la pasan urdiendo sus maldades día y noche. Hacen daños y más daños. Ésa es la razón de tantos accidentes. Los derrumbes en los socavones. Los cambiones a los que se les vaciaron los frenos o les faltó pista en las curvas. Las cajas de dinamita que estallan llevándose piernas y cabezas.
Y todo ello con relatos de la otra vida, de las otras partes del Perú, de donde proceden los allí presentes. Narcos, prostitución, amor, corrupción policial, pasiones, gastronomía.
Vargas Llosa entremezcla muy bien unas historias con otras, obligándote a estar activo en la lectura para no perderte, pero sin tensar tanto la cuerda como para que lo dejes.
Mientras te cuenta cómo llegan los de Sendero y cometen asesinatos a los que ellos consideran los enemigos del pueblo, o a las “fuentes de riqueza” como el rebaño de vicuñas que un mudito cuidaba con todo su amor, describe una noche estrellada magnífica, donde el frío corta la piel pero en la que la silueta de las enormes montañas se recorta en el horizonte de manera majestuosa.
O, en medio de un diálogo, como el que no quiere la cosa, habla de las costumbres o fiestas del mundo rural,
“La figura alada descendía, daba una gran curva majestuosa sobre sus cabezas y empezaba a alejarse, con una especie de desdén. Sí, un cóndor. Él sabía que en algunos pueblos de Junín, en las fiestas del santo patrono, los capturaban vivos y los amarraban a los toros para que éstos los fueran picoteando mientras los serruchos los toreaban. Sería cosa de ver”
Describe magníficamente la mirada fría y obtusa de los de Sendero, que tanto me recordó a uno que conocí en el Rastro hace ya muchos años, cuando era estudiante universitaria. Lideraba un grupo de simpatizantes de Sendero, entonces la guerrilla seguía estando activa en Perú. Ellos ponían su puestecito junto al Metro de Tirso de Molina y repartían y vendían textos marxistas-maoístas y qué sé yo. Revolucionarios, ja. Nunca olvidaré la comida en su casa a la que fui invitada junto con otros espontáneos. Sus hijos de 3 y 4 años estaban en la casa solos, encerrados bajo llave, esperando a que llegase su padre. Y no se les permitió agachar la cabeza cuando los demás se pusieron a cantar la Internacional. E incluso al mayor, como digo con 4 ó 5 años, le amonestó al finalizar la canción porque se había equivocado en no sé qué estrofa. Son sólo algunos “detalles” de aquella comida marciana en la que me vi apresada. Esa mirada fría que describe Vargas Llosa me recordó tanto a aquél tipo… Durante mucho tiempo eludí ése camino para adentrarme en el mercadillo madrileño de los domingos.
En fin, recuerdos aparte, gracias a Vargas Llosa me he internado durante unos cuantos días en la cultura andina, el Perú de hace unos años y seguramente, cuando pise aquéllas tierras, algunos rostros y escenas me hagan recordar a este libro que tiene algo de místico, algo de mundano, algo de aventurero, algo de acción… 😉
Genial, Estoy preparando un viaje por Perú para el mes de septiembre y me he encontrado con tu cronica. Me gustaria si tienes publicado algo sobre el viaje en el blog. Un saludo