Título: Los desorientados
Autor: Amin Maalouf
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
Éste es el último libro de Amin Maalouf, escritor libanés, economista, politólogo y sociólogo, afincado en Francia y Premio Príncipe de Asturias en 2010. Quizá le conozcáis más por alguna una de sus obras premiadas, entre ellas León el Africano, un gran libro de viajes e historia, entre otros grandes títulos.
Los Desorientados es una novela que nos plantea muchas cosas de fondo:
- La emigración,
- El exilio (que no es lo mismo que la emigración),
- La amistad,
- La guerra,
- Oriente y Occidente,
- El islamismo,
- La mujer en un país árabe,
- La involución de los países árabes que desde hace siglos no consiguen salir de donde están,
- El conflicto de Israel y Palestina (o más bien el mundo árabe).
Y todo ello a través de la historia o historias de unos personajes que un día se vieron en la encrucijada de decidir qué hacer, si irse o quedarse, o suicidarse, cuando las bombas caían a su alrededor. Allá por los años 70, jóvenes universitarios cuyos ideales se movían entre el Comunismo y las Libertades.
Hablábamos del Vietnam, de la guerrilla boliviana, de la guerra de España, de la Larga Marcha; hablábamos no sin envidia de los poetas malditos, de los poetas asesinados, de García Lorca, de Al-Mutanabbi, de Pushkin, y también de Nerbal y de Mayakovski, aunque éstos se hubieran asesinado a sí mismos; también hablábamos de nuestros amores.
Unos se fueron, otros se quedaron, y los lazos se rompieron en buena parte… pero siempre queda algo. Las amistades que fueron fuertes no se rompen con facilidad, aunque algunas haya que “recuperarlas” después de un ejercicio de reflexión e incluso en el lecho de muerte.
El emigrante que 25 años después vuelve por la llamada de un amigo moribundo con el que un día decidió romper por cómo se plegó a los clientelismos y corrupción de los que tomaron las riendas de su país (presumiblemente la de Líbano de los 70s), se encuentra con un escenario distinto y a la vez próximo.
25 años sin volver a su tierra, siguiendo desde la distancia lo que allí ocurre, separándose de sus orígenes y sin terminar de ingresar en los nuevos, los del país de acogida.
Tratando de llevarlo con naturalidad, pero sintiéndose agredido en ambos lados.
-Llevas demasiado en el extranjero, ya no estás enterado de las costumbres de aquí –le dijo ésta muy segura de sí misma para sofocar en el visitante toda veleidad de protesta.
¿Era así como debían suceder las cosas en su tierra natal? Adam no las tenía todas consigo. Pero el argumento lo dejaba paralizado. Todos los emigrantes temen meter la pata, y a los que se quedaron les resulta fácil despertar en ellos el miedo al ridículo y la vergüenza de haberse convertido en un vulgar turista.
No es un exiliado, es un emigrante que decidió no involucrarse en el sinsentido de la guerra, que se fue “con posibles”, que estudió su carrera universitaria en Francia y labró una brillante carrera profesional como historiador. Y se quedó atrapado en ése orgullo rencoroso hacia su país, con un poderoso argumentario, que es de rabiosa actualidad:
Para empezar, es tu país el que tiene que cumplir contigo una serie de compromisos. Que te consideren un ciudadano con todas las de la ley y que no padezcas ni opresión, ni discriminación ni privaciones indebidas. Tu país y sus dirigentes están en la obligación de garantizarte esas cosas; en caso contrario, no les debes nada. Ni apego a la tierra ni saludo a la bandera. Al país donde puedes vivir con la cabeza alta se lo das todo, se lo sacrificas todo, incluso la propia vida; al país en el que tienes que vivir con la cabeza gacha no le das nada. Da igual que se trate de tu país de acogida o de nacimiento. La magnanimidad llama a la magnanimidad, la indiferencia a la indiferencia y el desprecio llama al desprecio. Tal es la carta de los seres libres, y en lo que a mí se refiere, no admito ninguna otra.
El punto de vista de los que se van, y de los que se quedan aguantando la tormenta y sobreviviendo.
El punto de vista de los que buscan una salida distinta a las anteriores, pero en forma de totalitarismo religioso, rechazando todos los caminos recorridos antes a no ser que sea para sustentar su victimismo.
El punto de vista de los amigos que se reencuentran y retoman los momentos íntimos y la conversación como si no hubiera pasado un cuarto de siglo, aunque sea para contarse su historia personal a partir de la disgregación del grupo…
El punto de vista de las diferentes religiones, orientaciones sexuales, clases sociales…
Todo invita a reflexionar, a entender, a intentar comprender cómo sería si eso nos pasara a nosotros.
Quizá no sea el mejor de sus libros, pero desde luego abre muchas puertas al pensamiento, además de ser una historia bien escrita y amena en sí misma, que nos deja muchas “perlas” como ésta:
Más vale equivocarse en la esperanza, que acertar en la desesperación
Gracias Iván! sí, sin duda otro gran intelectual, empeñado en destacar el entendimiento entre los pueblos sobre otras cosas. Ardua y justa labor. Por cierto, ya sabes que el libro está disponible 😉
Gran reseña Alicia, debo decirte que me encanta la mirada de Maalouf, su obra «León el Africano»es uno de esos grandes libros de los que he leído en la pasada década. La verdad es que Maalouf tiene una innata capacidad para unir puentes entre diferentes épocas y mundos. Sin duda uno de los grandes intelectuales de nuestro tiempo.