Título: Mujeres de arena y mirra
Autora: Hanah al-Shaykh
Reseña hecha por : Alicia Ortego @Alisetter
Contando la historia de cuatro mujeres, Mujeres de arena y mirra nos habla de la vida en uno de esos emiratos árabes donde los petrodólares fluyen con desparpajo y quizá por eso no nos llega casi más información sobre quién y cómo vive allí.
Especialmente sobre las mujeres. Por eso me atrajo esta “sencilla” novela, que me ha descubierto cosas que a veces intuyes pero que por falta de información “a mano”, no llegas al fondo. El país en el que se desarrollan las historias de estas mujeres no se concreta nunca con un nombre, así que podría ser… ¿Arabia Saudí? ¿Qatar? ¿Emiratos?… Golfo Pérsico.
Hanan Al-Shaik es libanesa, aunque vive en Londres desde hace muchos años. Quizá por eso la primera historia es la de una emigrante libanesa que cuando llega a este país, a pesar de las ilusiones de un futuro prometedor junto a su marido, y su decisión de conocer y vivir el desierto con todo el aura de romanticismo que ello conlleva, se encuentra poco a poco ahogada.
Ahogada en una sociedad que no le permite salir sola de casa. Como mucho, salir en coche (con un chófer, hombre de confianza, por supuesto), a visitar otras casas… Casas que se esconden detrás de muros bien altos. Cruzando calles desiertas. Ahogada porque cuando encuentra un trabajo, tiene que ocultarse incluso en una caja de cartón para que no la descubran.
Me escondía porque era mujer y estaba trabajando, y sin embargo ahí afuera había grandes ciudades y estaciones espaciales; en una sala blanca y limpia, el producto de la eyaculación solitaria de un hombre podía descargarse en una mujer estéril, incluso podías ver el feto en el útero de la mujer por televisión; había conciertos, público aplaudiendo, risa, llanto, multitudes en continuo movimiento, huracanes, colegios, bares nocturnos, ermitaños en sus cuevas…
Al principio me sorprendió que la esposa de Amer, que era extranjera, me ofreciese este trabajo, y eso fue tan asombroso como descubrir que me gustaba. Me licencié en Empresariales en la Universidad Americana de Beirut, pero nadie quiso contratarme aparte de ella. Todo el mundo tenía miedo de la ley, las redadas y las represalias. Incluso mi marido prefirió olvidar su promesa de encontrarme trabajo, cuando comprendió cómo iban las cosas en este país.
Al principio frecuenta un hotel con piscina, hasta que un día un hombre entra y echa a todo el mundo llenando el aire de gritos furibundos contra la falta de decencia de ese sitio. Y la pequeña burbuja de alivio se cierra. Asistimos a la sorpresa y el estupor de esa libanesa que añora su tierra porque allí tenía muchísima más libertad que en este desierto del que quiere escapar cuanto antes, porque no ve nada. Prefiere volver a su Líbano a pesar de la guerra.
Tamr, la segunda mujer, lucha por estudiar para aprender a leer y escribir, y para aprender inglés y poder entender el mundo.
Aprender el Corán de memoria con la profesora de religión no lo era todo. También aprendería inglés para responder a quien se dirigiera a mí. No sabía pronunciar correctamente ni una sola palabra, ni siquiera sabía escribir correctamente en mi propia lengua. Me imaginé delante del televisor explicándole a Batul, a mi tía y a mi madre qué era lo que en realidad pasaba en las películas extranjeras: la mujer que míster Rochester mantenía encerrada en Jane Eyre era su esposa desequilibrada, no su madre.
Y más adelante por abrir un negocio propio, una peluquería-salón de belleza, y finalmente lo consigue una vez convence a su hermano mayor para que arregle los papeles mediante una huelga de hambre (igual que cuando consiguió ir al Instituto), porque las mujeres allí no tienen la potestad de hacer absolutamente nada… mucho menos de ser emprendedoras y empresarias, si no es bajo la tutela del hombre. El caso es que contrata a dos filipinas por un mísero sueldo, a las que no permite salir del local bajo ningún concepto. Allí trabajan, comen y duermen esas mujeres. Qué gran paradoja, cómo el deseo de independencia de esa mujer emprendedora no repara en el de las otras mujeres, si no todo lo contrario.
Suzanne, un ama de casa norteamericana que desembarba en ese país con su marido y sus ganas de aventura, y casi sin darse cuenta acaba siendo el objeto sexual de un montón de hombres árabes caprichosos y que por supuesto se saltan las estrictas reglas del Corán, el gobierno y lo que haga falta, no sólo en sus relaciones sino también en su consumo desaforado de whisky. Suzanne, que en su tierra es una gordita sin gracia, aquí es como una hurí del Paraíso que todos quieren poseer… y el marido lo sabe, y le da igual, se acaba largando y dejándola allí tirada, realmente tirada (sin avisar). Ella poco puede hacer sin un hombre “legal” a su lado.
Por último, Nur, niña mimada que utiliza el sexo en busca de sus objetivos materiales: tener más y más joyas, vestidos y otros productos de lujo. Pero también y cada vez con más frecuencia viajes a Occidente o a países mucho más abiertos como Egipto, en busca de la libertad que le es negada en su país una y otra vez. Al final no le sirve de nada, también acaba atrapada en esa jaula que ilusoriamente era de oro, ya que su marido decide retirarle el pasaporte e imponer orden para guardar su imagen, y para ello manda un esbirro a Londres a buscarla, así de simple, así de poderoso.
Saleh no se divorciaría, temía por su honor y respetabilidad ante mi familia y la sociedad. Pero poco después de llegar descubrí que mi pasaporte había desaparecido. Era mi objeto más preciado, lo guardaba como a mi propia vida, era mi oxígeno. Me sabía su color, forma y número de memoria. Era el único objeto que escondía, lo tenía envuelto en una bolsa de plástico y encerrado en una caja fuerte, lo demás me daba igual.
Porque todas estas mujeres viven en un país donde sus maridos se divorcian de ellas sin siquiera decírselo a la cara, no tienen autonomía para viajar y si la tienen es siempre porque el marido se lo permite. Si éste quiere, les retiene el pasaporte y listo. Si van al médico, éste las examina a través de una tela con un agujero (sí, sí, esto no pasa sólo en el “bárbaro” Afganistán de los talibanes como nos han mostrado las televisiones una y otra vez). No sé siquiera si se las considera ciudadanas como tal, oficialmente me refiero. Aún no pueden votar en algunos de estos emiratos, o no lo han podido hacer hasta hace bien poco.
Eso sí, en ese país la búsqueda de lo prohibido es constante, probablemente enfermiza. Seguramente porque es la válvula de oxígeno que al final todos necesitan, incluso ellos.
¿Sabes lo que más me molesta de este país? … Los muros ahogando a todo el mundo.
Vi a varios hombres por la calle y sólo a una mujer, vestida de negro; me recordó a cierto tipo de escarabajos que hacen un ruido muy especial con su cuerpo cuando necesitan aparearse.
No te quepa duda… esas «costumbres» aparecen en este libro. Sociedades que en sus calles consiguen maniatar a la gente ¿y qué consiguen? convertirles en obsesos de la transgresión. Está claro, muchas prohibiciones sin una buena razón lógica detrás, no consiguen más que el efecto contrario. No me gusta decir que todas las prohibiciones son malas, porque estoy de acuerdo con prohibir tirar basura en el campo, por ejemplo 😉
La verdad que son sociedades llenas de contradicciones. En una discoteca de Shanghai me encontré a varios jóvenes de la zona de los Emiratos, habían dejado el turbante y la religión en casa . Todo ello era sustituido a miles de kilómetros por el Marlboro, las botellas de Jack Daniels y varias prostitutas filipinas. Un amigo me dijo, así funciona el mundo, imagino que a la vuelta a casa pondrían el turbante y demás parafernalias 🙂
Hola Maribel! lo mismo digo, ahora ya nos ponemos cara, un placer! 🙂
Pues sí, yo también me fijé en aquellas mujeres y hombres de los stands de los emiratos… me llamó mucho la atención (o entendí mejor) unas miradas libidinosas a un par de chicas jóvenes que les estaban haciendo una foto. Miradas lascivas y ¿cómo decirlo? mm…no, no me gustaron.
Creo que hay muchos matices y grados entre los países islámicos (no sólo árabes, si incluimos a Irán o a Afganistán, por ejemplo), y que muchas veces los medios de comunicación emiten mensajes poco ajustados a la realidad -aunque a veces acierten-, y ponen el acento allí donde está la anécdota y la «noticia», para dejar otros sitios sin tocar, más que nada porque conviene…
Un abrazo!
Hola Alicia, Un placer conocerte en persona este fin de semana!!
Duro retrato, y por desgracia, muy actual de la mujer en ¿emiratos … países árabes?…este libro me ha recordado, cómo no, al de La piedra de la Paciencia de Atiq Rahimi o al de «Los amantes de Sherezade» de Salima Ghezali, por el clima axfisiante.
Qué no sólo sucede bajo el régimen talibán es algo que debemos recordar.
La lectura de tu reseña me ha traído a la mente una imagen de Fitur…las azafatas ataviadas y atareadas en atender en el stand de emiratos árabes, mientras dos hombres comían al fondo sentados en el sofá….
Un fuerte abrazo 😉
El Guisante Verde Project