Título: Los muchachos de Zinc
Autora: Svetlana Alesiévich
Reseña hecha por: Carlos Valadés @carlosvalades
Reconozco que no conocía a Svetlana Alexiévich antes de que recibiera el Premio Nobel de literatura 2015. Particularmente, ha sido uno de los descubrimientos del año.
Después de devorar “Voces de Chernobil”, que ya reseñara Iván Marcos, continué sin descanso con la lectura de “Los muchachos de Zinc”. Metodológicamente sigue el mismo sistema, dándole voz a los sin voz, desapareciendo de la narración, limitándose a prestar oídos a esta polifonía de vivencias.
Svetlana entrevista a los soldados que vuelven de la guerra y que como en su reverso americano, están desubicados, faltos de motivación, con taras físicas la mayoría y psicológicas todos ellos, envueltos en la bruma de la incomprensión por haber participado en un conflicto armado en defensa del comunismo a más de 4.000 kilómetros de Moscú. O tal vez en prevención de la islamización de los cercanos “tanes” que por aquel entonces formaban parte de la U.R.S.S.
Militares cuyo descafeinado regreso a la patria roja solo puede ser edulcorado compartiendo lo allí vivido con otros supervivientes, rememorando la intensidad de los días en una secreta hermandad, donde todo lo que queda fuera es vacuo y no tiene sentido.
Soldados voluntarios cuyo patriotismo se hilvana desde la cuna con ideales románticos.
Mientras, la guerra fría seguía aumentando en intensidad, con un teléfono rojo en un extremo y miles de víctimas al otro, en lugares remotos donde la soledad se mitigaba con un buen vodka de contrabando o con el mejor opio del mundo.
Los testimonios quizás más sorprendentes, son los de las mujeres que participaron en la guerra. Bibliotecarias, secretarias o puestos similares se cubrían en sitios donde la ausencia de libros y de oficinas era patente y donde el papel a desempeñar por esas mujeres era el de satisfacer sexualmente a los militares soviéticos en la zona. También había voluntarias que creían en la revolución y en el afán internacionalista de los pueblos y marchaban decididas a prestar servicios médicos o logísticos, y que sufren una mayor incomprensión a su vuelta.
Quizás los párrafos más traumáticos son los de las madres que reciben los ataúdes de zinc, que conservan mucho mejor la descomposición de los cadáveres que necesitan recorrer largas distancias hasta darles sepultura.
La paradoja es que Svetlana fue llevada a juicio por familiares que habían prestado su voz al libro y que manejados por Apparátchik del gobierno, se retractaron de sus testimonios al leerse en diarios como el Pravda. El orgullo de la gran superpotencia que era la U.R.S.S. quedó tocado, al igual que el de su gran némesis, los Estados Unidos en Vietnam.
Y como un gran profeta, Karl Marx predijo que “la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa”. Juzguen ustedes mismos…
Gran reseña Carlos, en efecto todo un descubrimiento Svetlana. Es magistral su forma de escribir y de contar historias, dando voz a los sin voz. Estoy acabando «El fin del Homo sovieticus», demoledor, como lo fue «Voces de Chernóbyl».