Título: El antropólogo inocente
Autor: Nigel Barley
Reseña hecha por: Carlos Valades
Mi doctorado en una choza.
El antropólogo inocente.
“¿Y porqué no haces un trabajo de campo?”. Todas las grandes cosas empiezan por pequeños gestos, insignificantes conversaciones que se quedan dentro, y como semillas van germinando y creciendo y terminan en un gran reto: Una aventura de un año junto a una tribu perdida del norte de Camerún, los Dowayo.
Nigel Barley, profesor universitario doctorado en antropología en Oxford, tenía un sentimiento de inferioridad con respecto a otros colegas suyos que además de ser docentes, contaban con la legitimidad que confiere haber estado sobre el terreno, tomando apuntes, estudiando comportamientos y observando en primera línea a las tribus objeto de estudio.
Además de aprender el arte de arrastrarse para recaudar fondos, vendiendo su proyecto al organismo otorgador de becas como interesante/nuevo/importante, Nigel relata pormenorizadamente sus tribulaciones con el funcionariado camerunés, al cual le tiene que convencer en la aduana de que sus intenciones no tienen nada que ver con el contrabando ni el espionaje, y que de verdad quiere estudiar a un pueblo que en el propio país es famoso por su ignorancia y atraso. La única manera es hacerse pasar por un tonto inofensivo.
El curioso oficio de antropólogo es de los más inocuos, pues tiene como uno de sus principios éticos interferir lo menos posible en lo que uno observa, según el refundador de la antropología y padre del trabajo de campo Bronislaw Malinowski.
Y aunque no sepamos nada sobre antropología, nos identificamos plenamente con el autor, sufriendo con él sus frustraciones y desvelos, la construcción de su choza y sus diarreas, su búsqueda de intérpretes y los primeros equívocos con el idioma dowayo, “Está el cielo despejado para ti, coño?”.
Como el autor reconoce, solo el uno por ciento del tiempo estuvo haciendo lo que tenía que hacer. El resto lo invirtió en logística, enfermedades, relacionarse con la gente, trasladarse de un sitio a otro y esperar, sobre todo esperar. Y aplicar una máxima que todo antropólogo debería tener en cuenta: En caso de duda, recoge datos. Y es que en África el tiempo funciona de otra manera, es mas elástico, más subjetivo y abierto.
Y es que solo al verlos enfermar, el autor reconoce cierta lástima por los dowayos y su vida le parece inferior a la nuestra y ahí es donde no hay porqué aceptar el ideal romántico de que todo lo bueno de África procede de las tradiciones indígenas y todo lo malo es legado del imperialismo.
Además experimenta algo que todo viajero habrá sentido: el drástico cambio de criterios al posar un pié por primera vez en la capital, la cual se considera fea, ruidosa y sucia, y a la vuelta de un tiempo en la sabana, ya se mira como el colmo en comodidades, un paraíso de belleza y buen gusto, con electricidad y agua caliente al alcance de la mano.
En resumen, el libro consiste en una mezcla de Monty Python, “Los dioses deben estar locos” y Richard Attenborough, combinado con el ácido humor inglés.
Gracias! Uf, y quedan tantos… Para toda una vida, no parare mientras pueda 🙂
Gracias Alicia. A mi también me gustan las tuyas, y por lo que veo hemos estado en muchos sitios comunes: Etiopía, Malí, Vietnam y Camboya, India….
😉
Por cierto, Carlos, fotazas tienes en el Flickr!! 🙂
Ja, ja! no me pasó tanto con Addis Abeba, pero sí con Ouagadogou, supongo que por ser la primera ciudad africana… no podía creer que «eso» fuera una capital!!! pero efectivamente, me pasó eso mismo :-)!! además, volvimos al mismo hotel de la primera noche… con lo cutre que nos pareció, y lo que nos sorprendió al volver, lujo «asiático»!! 😀
Hace unos años un amigo y gran viajero me regaló este libro y realmente es interesantísimo, me encantó. No sabía que había una segunda parte, lo apunto a la lista de libros pendientes.
Y me gusta mucho el blog!!! 🙂
Me lo apunto en la lista 😉
Que suerte! Espero que vayas a conocer a los Dowayo en persona :-).
Sentí inténsamente la fealdad de Addis Abbeba, pero tras una semana rebozándome en el polvo recorriendo el río Omo y visitando a sus tribus agradecí volver al siglo XXI y comprobar el éxtasis y la magia de girar un pomo de metal y notar al instante el agua recorriendo mi cuerpo. Y con una cerveza fría ya incluso hasta la empecé a comparar con Madrid ;-)….
Buena reseña, Carlos! completamente de acuerdo contigo, y es cierto que este gran libro te muestra de maravilla el choque de culturas, el proceso de relativización que uno experimenta cuando viaja por estas latitudes, y el cambio de criterios que uno descubre, por ejemplo, con respecto a una capital africana… ;-).
Este año tengo como objetivo releerlo, in situ, es decir, en Camerún! 😀
Su segunda parte «Una plaga de orugas», también es muy recomendable!
Gracias y un saludo!