Título: Hacia una montaña en el Tibet
Autor: Colin Thubron
Reseña hecha por: Carlos Valadés @carlosvalades
A veces un libro se cruza en tu vida y como un inesperado minero, extrae de tu memoria retazos vividos con demasiada nitidez. Y este es uno de ellos.
A veces los viajes comienzan mucho antes de que hayas dado el primer paso.
A veces las reseñas son mitad crítica, y mitad narración personal. Y esta es una de ellas.
Colin Thubron reflexiona al comienzo del libro sobre las razones que le impulsan a viajar. En este caso es la muerte de un familiar, su madre, lo que le obliga a coger de nuevo la mochila, un cuaderno de notas, un bolígrafo y empezar a caminar.
Empatizo con él desde la línea número uno: “Un viaje no es una cura, tan solo produce una ilusión de cambio, y en el mejor de los casos se convierte en un consuelo espartano.” En alguna ocasión, los viajes se convierten en huidas hacia adelante, paréntesis oxigenadores para, tras un período, casi siempre breve, volver a la urbana realidad.
Posiblemente el mejor escritor de literatura de viajes vivo, se embarca en la aventura de cruzar la frontera de Tibet para llegar al Kailash, el único monte de los Himalayas que no ha sido coronado, por respeto a las creencias budistas e hindúes, santo para la quinta parte de la población del mundo.
Para ello atravesará la frontera tibetana a través de India, penetrando en un ámbito espiritual más remoto y misterioso que el hindú. Centenares de palos flanquean el sendero que conduce a Tibet, con sus banderas de oración ondeando al viento, que según la creencia, con el movimiento producido por las ráfagas de aire dispersan las plegarias por el mundo para mitigar los sufrimientos de todos los seres sensibles. Con cinco colores primarios representan la tierra, el agua, el aire, el fuego y el cielo.
Colin tiene que sumarse a un grupo de senderistas británicos en la frontera china, ya que los estrictos puestos fronterizos prohíben el acceso a Tibet en solitario. Un libro donde descubriremos los rituales del entierro celeste, contenidos en “El libro tibetano de los muertos”, las tensiones existentes entre las comunidades china y tibetana, la purificación que se obtiene al circunvalar el monte en un determinado sentido. Los peculiares personajes con los que Thubron se va encontrando a lo largo de la ascensión, desgranan una sociedad aislada tectónica y militarmente.
Todos los ríos más importantes de la región himalaica nacen del Kailash, o a poca distancia: El Bramaputra, el Indo, el Karnali y el Ganges.
Hace un par de años, junto a mi expareja y excompañera de viajes, alcancé las fuentes del río Ganges, en el glaciar Gamukh, a pocos kilómetros del monte Kailash. Parte de mis temores, y los de la mayoría de peregrinos era enfermar del mal de altura. La ruta partía de Gangotri, origen del camino al glaciar. En este pequeño pueblo, donde los shadus toman sus abluciones en las gélidas aguas del Ganges, no es posible comer ningún tipo de alimento que no sea estrictamente vegetal, al ser esta una ciudad santa. Las pocas tiendas abiertas, solo ofrecen gorros y guantes de lana manufacturados, para los peregrinos más olvidadizos o menos preparados, como es mi caso. Cuento con una sola chaqueta de cuero fino.
La soledad de la ruta es intimidante. A 4.500 metros por encima del nivel del mar el silencio casi se puede palpar. La atención se centra en la respiración y en el sonido que producen las botas sobre los guijarros del camino. Cada hito alcanzado es una pequeña victoria. Los brutales cambios de temperatura han agrietado las rocas dejando un reguero de peñascos que dificultan la ascensión. La subjetividad del tiempo es más intensa cuando tienes una meta que alcanzar y las fuerzas flojean. Es una sorpresa cruzarse en el estrecho sendero con un mulero y sus sufridas mulas, de regreso a Gangotri después de entregar víveres y medicinas en el templo y en el refugio de Bhojbasa, a medio camino del glaciar, lugar donde pasaremos la noche. Solo la visión de un Ganges prístino, con aguas del color del jade, bajando furiosas, puras e inocentes, sin un atisbo de la podredumbre que la irá contaminando de camino a Benarés, enaltece el ánimo.
El refugio nos recibe solitario, a punto de cerrar por el fin de la temporada. Las pocas personas que trabajan allí, combaten el frío quemando todo lo que tienen a mano, plásticos incluidos, lo que forma una columna de humo negro irrespirable.
La habitación recuerda a las galeras de un barco varado en mitad de la nada, las camas y las mantas formando un rectángulo abigarrado e irregular. Está anocheciendo y las palabras van envueltas en nubes de vaho intensificando la sensación de frío extremo.
Tras una cena frugal, la oscuridad ya es completa y solo queda acostarse. Un temblor que no cesa me acompaña bajo una pila de mantas. Pasamos la noche vestidos, con la mínima exposición de la piel al aire, el hueco indispensable para respirar, abrazados. El aire hace crujir las paredes de madera, que parecen venirse abajo en cualquier momento.
Lentamente el sol va desperezando a las montañas que nos rodean, mostrando las imponentes cimas, refulgiendo, orgullosas. Parece que solo existan el azul intenso del cielo, la blanca pureza de la nieve y el cobrizo anaranjado de los picos. A pesar de estar en el interior del cuarto de baño, el agua de la palangana amanece congelada.
Como mediterráneos, el sol nos infunde un efecto de bienestar instantáneo, una dosis de moral ultravioleta que ayuda a afrontar la segunda etapa en la ascensión al glaciar. El paisaje es lunar. Un aura de misticismo envuelve al momento de alcanzar las fuentes del Ganges, que tanto obsesionaron a los exploradores británicos de principios de siglo pasado. Un monje susurrando letanías en el interior de un pequeño santuario completa la puesta en escena y la sensación es de plenitud. 20 kilómetros más abajo espera Gangotri y un cúmulo de sensaciones tan extremas como apasionantes.
Mientras tanto, Shiva seguirá meditando en el monte Kailash, ajeno a las vicisitudes humanas.
Hola Carlos:
¿Me podrias hacer el favor de citarme 5-6 aspectos que aparecen en el libro «Hacia una montaña en el tibet?» y una mini reflexion sobre los aspectos.
un saludo y muchas gracias,
Aitor Rodriguez
Gracias chavales. De momento no he leido nada de Jordi Esteva, no puedo comparar, aunque probablemente sean muy diferentes. No veo a Thubron haciendo el Camino de Santiago y escribiendo un libro de viajes sobre ello. Es un sitio que no le ofrece el exotismo asiático que él va buscando, aunque le ofrecería la misma carga espiritual.
Un abarzo y feliz año 🙂
Buena reseña, Carlos, me ha gustado mucho 🙂
En cuanto al libro, lo leí este verano y es de ésos libros que nos acercan mucho al escritor, en clave muy personal, creo que es de los que más me han gustado de Thubron.
En cuanto a que posiblemente sea el mejor escritor de viajes vivo… pues no estoy muy de acuerdo. Desde luego que es muy bueno, pero personalmente me quedo antes con referencias como nuestro Jordi Esteva (menos prolífico en obra, pero eso no debería contar).
Un abrazo y buen fin de año! 🙂
Alicia
Pues mirad que a mi su libro de la ruta de la seda (el único que he leído de Colin) me dejó más bien frío. Se me hizo muy lento, demasiado profuso en detalles, casi, casi, aburrido. Pero siempre he sentido que tal vez no lo leí en un buen momento y que debo leerlo una segunda vez… Este del Kailash también me apetece leerlo. Aunque bastante menos que peregrinar hasta allí…
Gran reseña Carlos. La verdad es que Colin Thubron tiene una forma de escribir muy especial. Comparto eso que dices de que es probablemente el mejor escritor de viajes del mundo. Sus libros sobre la antigua URSS, la Ruta de la Seda o China están sin duda entre los más importantes de los últimos 50 años. Tengo pendiente el que aquí reseñas, decirte que hace años leí una entrevista e la que decía que iba a hacer un viaje de peregrinaje, hablaba de que a lo mejor venía al Camino de Santiago, finalmente ya sabemos que no lo hizo y que volvió a los caminos perdidos de Asia 🙂 .