Titulo: Los días:Memorias de infancia y juventud y
Lo tienes en E-book en Libro sin Libro
Autor: Taha Husein
Reseña hecha por : Alicia Ortego @Alisetter
Las memorias de infancia y juventud que nos trae Taha Husein son los avatares de un niño ciego. Ciego porque sus padres confiaron en un curandero, no ciego de nacimiento… Este niño fue él, y leyendo un poco de su biografía, me entero de que llegó a ser Ministro de Educación de Egipto y de que logró que la educación básica fuera obligatoria y gratuita. Antes de ello, fue uno de el primer estudiante en lograr un doctorado en la Universidad de Egipcia (que abrió justo cuando él estaba terminando sus estudios en el-Azhar), estudió en la Sorbona, en París, y volvió a su país. En 1973 recibió el Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Un premio que se otorga a las personas y organizaciones que hayan hecho un aporte significativo a la “promoción y protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales”. Con estos datos en la mano, admiro mucho más esta historia.
Empezamos en el Egipto rural de finales del s. XIX y principios del XX, y este libro nos sumerge en su vida cotidiana, el día a día de un crío que por ser ciego es estigmatizado, apartado y tratado de forma diferente tanto fuera como dentro de casa, y su familia.
El niño va a la escuela coránica (la única), como todos los demás, y comienza haciendo de las suyas para evitar aprenderse el Libro. Esta es la educación tradicional de los países islámicos, que sigue practicándose en la actualidad, con el mismo método: una y otra vez los maestros recitan las Aleyas del Corán, y los niños repiten una y otra vez, y las copian en tablillas de madera cuando no hay papel, que luego lavan para reutilizarlas –como he visto en Tombuctú, por ejemplo-. Al cabo de unos años, se lo aprenden.
Aquí estamos en Egipto, y el árabe es su lengua, la misma que la del Corán… pero imaginaos en otros lugares donde no es así, y también lo hacen (en árabe). Esta es la única educación que recibían, y hoy en día reciben en unos cuantos puntos del planeta, los niños.
El niño se aprende El Corán enseguida, insólitamente rápido teniendo en cuenta que es muy pequeño, y los adultos le otorgan el título de cheik (jefe). Pero se le olvida, y un tiempo después lo descubren. Sufre el sentimiento de deshonra y vergüenza, especialmente ante su padre… Tiene que volver a la escuela, lo aprende una segunda vez y lo vuelve a olvidar. Se interesa por otros textos, poemas antiguos que tratan de gramática, pero también se cansa y siempre prefiere jugar. Lógico, ¿no?
Hasta que por fin lo aprende y lo fija en su mente, y llega el momento tan esperado… ir a estudiar a El Cairo, a la Universidad al-Azhar, una de las más prestigiosas del mundo musulmán. Él se va encantado de la vida, fascinado por lo urbano y por el sueño de los hombres importantes que allí están enseñando.
Y allí, viviendo en un cuartucho, casi inmovilizado ya que cuando no tiene lazarillo que le lleve y le traiga por la ciudad, no puede moverse… en condiciones de pobreza extremas, con un hermano que lleva unos años más que él en El Cairo y que siempre vuelve triunfante de la ciudad, escondiendo a su familia la realidad miserable en la que vive… poco a poco va desarrollando un espíritu crítico, rebelde, y al fin profundamente desencantado de lo que es el Azhar y el sistema de enseñanza que allí se practica: ulemas que recitan los poemas y textos antiguos, dan una interpretación libre y no se permite contestar.
Como bien nos explica el autor “en los pueblos y ciudades provincianas tiene la “ciencia” una aureola mayor sin comparación que en la capital o en los medios científicos (…). Es la simple ley de la oferta y la demanda. A la “ciencia” le sucede como a todo lo que se vende y se compra. Los ulemas andan de un lado para otro en El Cairo sin que nadie les haga caso, o apenas se lo hacen, y hablan, peroran, y dan mil vueltas a sus disciplinas, sin que nadie, salvo sus discípulos cairotas, les presten la menor atención. En cambio, los ulemas campesinos y los jeques de las aldeas se mueven rodeados de veneración y de respeto, y, cuando hablan, las gentes los escuchan poseídos de cierta reverencia impresionante y presta al convencimiento”.
En ese desgranar la vida del niño, el autor se entretiene en contar qué comen, qué visten, y cómo son los avatares del día a día, tanto en el pueblo como en la ciudad… Un bello fresco de la vida cotidiana, que nos transporta a los olores y sabores de la época, más aún teniendo en cuenta que lo hace desde su punto de vista, el de un niño ciego.
En el seno de su familia, encontramos el sincretismo del que el Islam tampoco escapa. Mientras el padre es un reputado sheik, que no se salta ni una de las oraciones y disfruta recitando con los amigos aleyas y versos religiosos por las tardes (ese tiempo en que no había televisión…), la madre se encarga de no perder de vista las viejas costumbres: amuletos, pequeños ritos de protección contra los genios o el mal de ojo…
De hecho, cuando el niño vuelve de El Cairo por vacaciones y se atreve a criticar todo ese mundo de creencias paralelo, es censurado, criticado y abroncado. No sólo por su familia, también por el resto del pueblo. No hay que reírse de las creencias del pueblo, no así como así.
Parece que la necesidad de explicar las cosas no es suficiente con la religión. O más bien, parece que las antiguas creencias, próximas al animismo, son mucho más activas. A ellas se acude para intentar arreglar los problemas cotidianos: pobreza, enfermedad, amor. Mientras que a la religión se acude para tratar de encontrar los grandes porqués de la vida. Y si no se encuentran ahí, o éstos rechinan… ahí ya no queda otra que pensar por sí mismo. Al menos, así le ocurrió a Taha Husein.
Así que si queréis transportaros al Egipto del pasado, al patio y las columnas de la magnífica al-Azhar, la mezquita que más me gustó de El Cairo, y tratar de “ver” cómo es estudia(ba) allí… este es un buen libro para hacerlo J.
Gracias Ivan! 🙂
Hola Alicia
Gran post, tiene muy buena pinta, uno + de Ediciones del viento a poner en la lista de favoritos 😉