Título: Mal de altura
Autor: Jon Krakauer
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
Jon Krakauer es el autor de “Hacia rutas salvajes”, origen de la ya famosa película. El mismo año que publicaba este libro, 1996, también se embarcó en una expedición comercial al Everest, como periodista que es para relatar cómo es una experiencia de este tipo.
Krakauer no era ajeno a la montaña, pero no tenía la experiencia que cualquiera de nosotros presupondríamos a los que ascienden al Everest. Y es que las cosas son así desde hace ya varias décadas… Parece que el respeto a la montaña más alta de la Tierra, sobre el nivel del mar, se ha perdido, y desde los años 90 o incluso algo antes muchos neófitos acometen la subida. Y muchos no lo cuentan.
Este es un libro emocionante, frenético, angustioso en muchos tramos… porque Jon se afana en contar –en un ejercicio de catarsis como él mismo indica al principio del relato- una de las tragedias más famosas allí acontecidas, y que le tocó vivir en primera persona. Y que le dejó muy muy afectado. Pero esto mejor os lo cuenta él cuando os leáis el libro…
Lo escribió en ése mismo año, después de publicar el reportaje al que se había comprometido en la revista estadounidense Outside. Es pues un relato de primera mano y quizá demasiado temprano, donde intenta dilucidar qué ocurrió para que un número nada desdeñable de personas murieran en aquel mes de mayo de 1996.
Aquella noche había más de cincuenta personas en el collado, apiñadas en tiendas plantadas muy juntas, y sin embargo el ambiente era de soledad. El rugir del viento hacía imposible comunicarse de una tienda a otra. En ese lugar dejado de la mano de Dios, me sentí desconectado de los demás escaladores –emocional, espiritual y físicamente- como no me había pasado nunca en ninguna expedición anterior. Me di cuenta de que éramos un equipo de nombre. […] Cada cliente estaba allí, como quien dice, por su cuenta y riesgo. Y mi caso no era diferente: deseaba, por ejemplo, que Doug consiguiera su propósito, pero si él daba media vuelta, yo iba a seguir esforzándome por llegar a la cumbre.
Un conjunto de malas decisiones. Decisiones tomadas bajo los efectos de la hipoxia, la falta de oxígeno que hace que la capacidad de raciocinio se pierda. Un mal tiempo, una tempestad terrible que complicó las cosas de manera irreparable. Abandonar los planes de seguridad, los compromisos que uno debe de tomar previamente y seguir a pies juntillas si quiere salvaguardar las máximas posibilidades de supervivencia, como no saltarse la hora máxima en que se debe de bajar, aunque no se haya llegado a la cima.
Un conjunto de variables a las que hay que añadir la competitividad, la base comercial de estas ascensiones que hacen que haya muchas otras variables en juego: fama y reputación de los guías, futuros negocios… Cuestiones frías que se introducen en una empresa arriesgadísima y que supongo terminan provocando situaciones como que un grupo de japoneses pasara de largo ante dos montañeros perdidos que necesitaban ayuda, para detenerse unos metros más adelante a descansar
Superado ya el Segundo Escalón, encontraron a los otros dos ladakh, Smanla y Morup. Según un artículo del Financial Times escrito por el periodista británico Richard Cowper, que entrevistó a Hanada y Shigekawa a 6.400 metros de altitud después de su ascensión, uno de los ladakh estaba “casi muerto, y el otro agazapado en la nieve. Nadie dijo nada. No hubo intercambio de agua, comida ni oxígeno. Los japoneses pasaron de largo, y unos cincuenta metros más allá pararon a descansar –y cambiar las botellas de oxígeno”. Hanada le dijo a Cowper: “No los conocíamos. Es verdad, no les dimos agua. Ni siquiera hablamos con ellos. Estaban muy enfermos. Por su aspecto, parecían incluso peligrosos”.
Leyendo esto desde mi cómoda butaca, los pelos del cuello se me erizan. O cómo el jefe de una expedición comercial competidora de la de Krakauer se niega en redondo a que utilicen su potente radio para pedir ayuda ante el desastre que se está desarrollando (montañeros perdidos, alguno ya muerto en diferentes puntos del tramo más alto).
Un cocktail explosivo. No todo el mundo reacciona igual. Ni siquiera los que en su día reaccionaron bien en situaciones similares hoy lo harán igual.
Este libro nos hace vivir casi en primera persona unos días y horas larguísimos, angustiosos, emocionantes.
Pero también nos lleva a conocer una realidad de la que muchas veces sólo nos llegan débiles ecos en los medios de comunicación: los atascos en la montaña, la basura acumulada por tantos y tantos montañeros que pasan por allí al año, las exorbitantes cifras económicas que se mueven en permisos, sueldos y materiales, la polémica del uso/no uso de oxígeno artificial (dice Krakauer que si no se permitiera salvo para utilizarlo en emergencias, la comercialización desaparecería o se atenuaría).
¿Qué es lo próximo? ¿el espacio? ¿más tipos millonarios tirándose desde la estratosfera?
¿Qué le pasa al Hombre que se empeña en vencer a la Naturaleza hasta puntos insospechados, y valiéndose de todo tipo de “argucias”?
No hago estas preguntas en tono crítico, sólo en tono interrogante.
Soy capaz de atisbar un poco la fascinación que puede ejercer la escalada. La importancia de llegar a la cima, de ser consciente de haber sido capaz de superar los límites de uno mismo, de ser consciente de hacer algo que muy poca gente es capaz de hacer, de ser consciente de hollar con tus pies un lugar a donde muy poca gente es capaz de llegar. Lo que no soy capaz de llegar a entrever es que pongas tu vida en riesgo de manera tan clara, aunque entiendo que ésa no es su percepción, al menos no hasta que están allí y las cosas se complican. Pero no por eso dejo de admirar a esta gente, aunque prefiero a los montañeros de profesión y pasión, más que a “los clientes”.
El libro también nos introduce en la historia de las ascensiones al Everest y otros famosos picos del Himalaya, y a las polémicas que día a día han ido creciendo con esta apertura comercial, o con el uso de esos elementos artificiales que permiten facilitar ése pulso entre el Hombre y la Tierra.
Entre todos los razonamientos surgidos a posteriori, es fácil perder de vista el hecho de que escalar montañas nunca será una actividad segura, predecible ni sujeta a normas. La escalada mitifica el riesgo; las estrellas de este deporte han sido siempre aquellos que salieron indemnes después de jugarse el todo por el todo. El escalador, como especie, no se distingue precisamente por su prudencia. Y eso es aún más cierto en el caso del Everest: la historia demuestra que ante la posibilidad de conquistar el pico más alto del planeta, la gente pierde el sentido común con una rapidez asombrosa.
Realmente interesante y muy recomendable.
Ah! pues gracias por el apunte Sergio! Harrer me gusta bastante así que me lo apunto! 🙂
ni idea de quién es este hombre ni de los dos libros que habláis, perdonad mi ignorancia, pero esto lo arreglaré enseguida.
Ya os contaré. Por cierto hace poco leí la Araña Blanca de Harrer y quedé impresionado! Lo recomiendo!
saludos
Recuerdo que devoré este libro,
Había leído «hacía rutas salvajes» y no creía que Krakauer tuviera otro libro a ese nivel.
El principio es alucinante.
Te pone en un grado de excitación máxima.
Una pedazo de novela
Gracias Icíar!! Está muy bien 🙂
¡Qué bueno! Sí me apetece mucho conocer esa historia 😀