Título: Viaje al blanco. Último grado al Polo Norte
Autor: Jordi Canal-Soler @jordicanalsoler
Reseña hecha por: Pablo Strubell @PabloStrubell
¿Te has preguntado cómo se siente uno al alcanzar el Polo Norte? ¿Cómo es estar allí, en mitad del blanco, en ese lugar donde se encuentra el eje de la Tierra? No, no me refiero a cómo se siente uno tras llegar allí en un helicóptero, poner pie en tierra, sacarse una foto con un chupito de vodka y regresar por donde se vino, como hacen algunos viajeros pudientes. Me refiero a llegar tras sufrir durante días, esquiando, luchando contra los elementos, tirando de pesados trineos con todo el equipo y comida y solo contando con el propio esfuerzo y resistencia para alcanzar uno de los lugares más extremos e inaccesibles del planeta.
Hasta hoy lo podíamos imaginar pero gracias a Viaje al blanco. Último grado al Polo Norte (Editorial UOC, 2014. 14 euros), el primer libro de Jordi Canal-Soler, ahora también podemos saber qué es y qué se siente al conseguirlo, casi de la misma manera en que hace más de cien años lo hicieron los primeros exploradores: contando con sus propios medios, sin ayuda externa ni locomoción mecánica.
Nunca es mal momento para leer Viaje al Blanco, pero ahora que llega el frío uno puede meterse mejor en la piel de Jordi, Santiago y Eusebio, los otros exploradores que junto al autor (y guiados por el ya mítico explorador polar Ramón Larramendi) recorrieron en 2009 el último grado de latitud para alcanzar el ansiado Polo Norte.
Como todos los buenos libros de viajes, el relato fluye ágil. Está escrito con sencillez, sin pedantería, y con acierto el autor entremezcla la narración del día a día de su expedición con la historia de la exploración polar (especialmente la de Nansen y Peary, aunque también otros exploradores contemporáneos aparecen en sus páginas, como Borge Ousland, Mike Horn o el Ramón Larramendi). Escrito a modo de diario de viaje, está estructurado en 9 capítulos, cada uno de ellos relatando un día de su aventura. Al principio de cada uno de estos se indica la posición, la temperatura, el viento… aspectos que poco a poco nos ayudan a meternos aún mejor en la historia.
El libro tiene de todo. No faltan los momentos que encojen el corazón, como cuándo el autor está empezando a sufrir síntomas de congelación en su nariz o en sus manos; o cuando se la congela la camiseta interior con el consiguiente riego; o cuando está a punto de caer al agua helada tras resquebrajarse el fino hielo. Otros que emocionan, como cuando ven una foca anillada (algo muy poco frecuente hasta los últimos años); y, por supuesto, el momento en que llegan, finalmente, venciendo todas las dificultades, todos los retos y con la satisfacción de conseguir un sueño tan anhelado.
Y si se desconoce por completo cómo son ese tipo de expediciones y aventuras, uno de los aspectos que gustarán al lector será conocer los pequeños detalles de la expedición, del día a día: cómo hay que esquiar tirando de pulkas (trineos de carga) de decenas de kilos de peso; qué tipo de equipamiento llevan o qué comen; cómo se reparten las tareas al montar y desmontar el campamento; a qué peligros se enfrentan los exploradores polares (grietas, osos, viento…); lo incómodo que es el vapor de agua que se exhala al helarse en la barba; cómo hacer las necesidades ordinarias en condiciones extremas; o esos pequeños trucos de explorador para evitar que los sacos de dormir se hielen o que no se congelen los pies (¡usando bolsas de plástico!)… En suma, una perfecta descripción a lo largo de sus 148 páginas de lo que espera a todos aquellos que sueñen a llevar a cabo una gesta como esta.
A lo largo de sus páginas no hay momento para la monotonía, a pesar de que la expedición se realice en un entorno aparentemente repetitivo, yermo y hostil, en el que, visto desde fuera, cada día es igual al siguiente: esquiar, comer, dormir. Esquiar, comer, dormir… Lo primero que destaca es la destreza del autor para describir con tanta verosimilitud cómo es aquel lugar y lo diferentes que pueden ser cada uno de los días aun llevando a cabo la misma rutina.
Escrito en primera persona (pero sin caer en absoluto en el heroísmo, autobombo o egocentrismo), consigue que el lector sienta que está compartiendo esa expedición desde el primer momento. Con todo, es un libro muy personal, muy introspectivo en ocasiones. Tal vez, y como reflejo de esta soledad que se siente en la inmensidad polar, el autor deja de lado (estoy seguro de que manera inconsciente) al resto de acompañantes, que apenas forman parte del relato, no tienen casi protagonismo.
No debería esperar el lector, eso sí, leer el relato de una loca aventura de exploradores de otros siglos. Este es un libro que narra una expedición contemporánea, comercial, organizada, bien preparada y guiada. Creo, sin embargo, que este hecho no afecta a la aventura, al reto, a la dificultad que un viaje así supone. Y, ni mucho menos, a la ilusión que debe representar conseguir llegar allí, tras haber superado las dificultades de un entorno tan complicado, diferente y desafiante como es el polar. Como tampoco afecta a que este sea un sensacional libro de viajes para todos aquellos que se pregunten cómo es estar allí, en las regiones polares, avanzando esforzadamente rumbo a lo desconocido.