Título: Chernobyl-la zona-
Autores: Natacha bustos y Francisco Sánchez
Reseña hecha por : Carlos Valadés @carlosvalades
Los aniversarios son emotivos. Una sentimental cruz en el calendario que nos transporta, nos hace girar la vista atrás, y el alma se encoge, tirita de vértigo al reconocer el tiempo transcurrido. Millones de sensaciones perdidas, olvidadas. Tal vez solo las que tienen un aroma de superioridad o la contundencia de las sobradamente desagradables quedan como hitos en nuestra línea vital, brillando resplandecientes.
Este año se cumple el 25 aniversario del accidente nuclear de Chernobil. Para la gente de Pripiat , a tres kilómetros de la central, el tiempo se detuvo el 26 de abril de 1986. Una salvaje ironía hace que el símbolo del desastre nuclear sea una noria parada. La vida y el mundo siguen girando a un ritmo enloquecido, mientras que ese armazón metálico, cuya única razón de ser es dar vueltas, se detuvo. El tiempo se encapsuló, alguien pulsó pausa en el mando, y el silencio se hizo dueño de todas las cosas.
El enemigo tiene banderas, cuernos, rezuma maldad, es poderoso o débil, según cuando, o grita si le golpeas o su sombra deja de existir cuando cae al suelo. Es decir, tiene forma, humana o animal, o es de metal y cae del cielo con un silbido.Pero si tu enemigo no tiene forma corpórea, no huele a nada, no se puede rodear, ni le puedes tender una emboscada, ni atrapar por el flanco más débil, entonces, al no haber sido presentados, no lo conoces, ignoras el miedo, no inspira temor.
Los 31 bomberos que intentaron sofocar el fuego del reactor número 4 de la central, no sabían a lo que se enfrentaban. A más de 2000 grados centígrados, el núcleo ardía liberando miles de partículas radioactivas a la atmósfera, superior en más de cien veces a la radiación de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.
Aquellas personas, los primeros en acudir a la central, sintieron golpecitos en la piel. Eran miles de partículas radioactivas atravesando su cuerpo. A las pocas horas aparecieron las nauseas, sus órganos internos se deshicieron y murieron en la más absoluta soledad, sin ni siquiera poder ver a sus familiares, a los que es fácil adivinar destrozados, al otro lado de un tabique de hospital, llorando abrazados bajo una luz mortecina, sin sospechar cuales han sido las causas de todo aquel despropósito, si es que a la muerte se le puede llamar así.
Sus restos yacen a varios metros de profundidad, en sarcófagos recubiertos de plomo. 36 horas después del accidente, la población civil fue evacuada. Centenares de autobuses desplazaron a toda la población que tuvo que dejar sus casas y sus recuerdos atrás. No se les permitió que se llevaran a ninguna mascota, ya que la radiación se que queda adherida al pelo animal. Tres días después del accidente, todos los animales fueron sacrificados y el silencio de la zona solo se vió roto por el constante chicharreo de los contadores geiger, completamente enloquecidos y fuera de si.
El bosque contiguo a la planta nuclear se tornó de un color ocre amarillento, y desde entonces es conocido como el “bosque rojo”. La radiación transformaba el código genético de todo lo que tuviese vida, ya fuese del reino animal o vegetal, y se amplió la zona de exclusión a 30 kilómetros a la redonda. Miles de campesinos, que no conocían otra forma de vida, fueron desplazados y sus casas demolidas.
Se acuñó un nuevo término para referirse a los héroes que se enfrentaron a la tragedia nuclear: Los liquidadores .Más de 60.000 muertos y 165.000 discapacitados de entre aquellas personas, que ahora serían un simple efecto colateral, pero que, gracias a ellos, Europa sigue siendo lo que es y no un espacio yermo y sin vida.
Natacha Bustos y Francisco Sánchez, reconstruyen la tragedia a través de tres generaciones de una misma familia en diferentes momentos del tiempo. El dibujo en blanco y negro le confiere un dramatismo adicional que la historia en si, no necesita. Los autores, que viajaron a la zona para experimentar el terror neutro de un aire emponzoñado, reconstruyen la historia con personajes ficticios, que fácilmente pudieron haber existido. Vidas anónimas, robadas, desubicadas, por el empeño del ser humano en jugar a ser dioses. El paisaje apocalíptico de Pripiat y los pueblos aledaños, con las paredes de los edificios desconchados, la vegetación creciendo agreste y salvaje en el interior de las casas, nos recuerda que la tierra seguirá dando vueltas cuando ya no exista ni rastro del hombre. Tal vez para el planeta solo somos un engorro, y aunque sobre el papel seamos la especie más evolucionada estamos condenados a la autodestrucción. Fukushima solo ha sido un nuevo aviso.
En Baía Mare, cerca de la forontera de Rumanía con Ucrania, pude comprobar como había alimentos a un precio muy bajo. Me informé, y estos estaban producidos en Ucrania, relativamente cerca de las zonas contaminadas. La gran nube tóxica, se desplazó por cientos de km y con la lluvia se contaminó el suelo de partículas radioactivas, y éstas pasan a los alimentos. También pude ver el rechazo y el miedo que significaba en muchas personas recordar Chernobyl. La contaminacion nuclear es la peor basura habida y por haber, pero una vez más, es el precio a pagar por el modo de vida occidental que demanda mucha energía y muy barata. Un saludo.
Muy bueno, Carlos! comparto también lo de la Madre Naturaleza, pero el desarrollo de la Energía Nuclear y su explotación es mano del hombre, no de la naturaleza. En concreto, es mano de los poderosos que no sé muy bien cómo ni quién, se han visto convencidos / les han convencido de que esto era una salida energética «limpia» y no sé cuántas zarandajas más. Además, la han intentado vestir de inocua año tras año, y a pesar de que siempre ha habido un movimiento en contra que ha cantado las verdades de su peligrosidad, su capacidad de arrasar con todo, la barbaridad que supone. Desgraciadamente, sigue demasiado vigente el discurso pronuclear, y sigue habiendo gobiernos que se afanan en tener esta fuente energética por encima de otras, quizá porque es una especie de «seguro defensivo», ya que facilita el camino a poseer una bomba atómica con el que no ser bombardeados y gobernados por las grandes potencias. No sé si es por eso, es que sino, no me cabe en la cabeza… Fukushima es desgraciadamente otro gran ejemplo, y esta vez en un país que presume de muy desarrollado, civilizado, tecnológico… pero no tengo nada claro que tenga el efecto disuasorio que debería tener. Y desde luego hay un gran daño ya hecho, el de las centrales nucleares que siguen en activo, y que lo han estado hasta hace muy poco tiempo y que no se sabe qué hacer con ellas, o con sus residuos. Porque eso sí va a pervivir. Y no es obra de la Naturaleza, no. Lo es del hombre.
Gran reseña Carlos. Comparto lo que dices de que la Madre Naturaleza nos puede poner en nuestro sitio….