Título: Diario de viaje: Cartas desde la India, China y Tíbet
Autor: Alexandra David-Néel
Reseña hecha por : Alicia Ortega @Alisetter
Alexandra David-Néel es una de esas exploradoras de los años 20 y 30 del s. XX a las que la Historia –escrita por hombres-, no les ha dado mucha cancha… Y no es común que una mujer de su época viajara sola, sin acompañantes occidentales, y en buena medida integrándose en las costumbres que encontraba.
Un “bicho raro” para su época, aunque por supuesto no provenía de un origen humilde, y en cualquier caso contó con el apoyo incondicional-económico de su esposo, con el que en realidad tuvo más relación que la correspondencia que se enviaban durante una buena porción de años, precisamente los de sus viajes.
Con más de 40 años a sus espaldas, consiguió hacer realidad su gran sueño: explorar el mundo… y lo consiguió, vaya que si lo consiguió!. Fue la primera francesa en poner los pies en Lhasa, en 1924, cuando aún estaba prohibida la entrada a los extranjeros en esta mítica ciudad. Lo hizo disfrazada, cómo no, de peregrina. Durante 30 años, vivió en Asia, volviendo a Europa con 78 años, a finales de 1945-principios de 1946, y con un hijo adoptivo, un joven lama, que comenzó siendo una especie de sirviente o ayudante de cámara, y al que tomó un gran afecto.
Este libro recopila las cartas que envió a su marido entre 1904 y 1941. Cartas en las que le cuenta con detalle sus vivencias, descubrimientos, sentimientos, reflexiones acerca de lo que ve y de lo que ha dejado atrás, sus sufrimientos también…
“Realmente, esta tarde me reía sola pensando, una vez más, que si bien en otros tiempos cometí con frecuencia el pecado de gula, lo estoy expiando con creces. ¿Cuánto tiempo hace que no he comido un plato que me guste?… Probablemente desde que me marché de Túnez. Querido, ¡si vieras los guisos que ingiero! He trabado amistad con toda clase de hierbas: ortigas, helechos, raíces silvestres… ¡qué sé yo!…, y en mi opinión se trata de menús pintorescos pero que no harán olvidar los guisantes de Clamart o los espárragos de Argenteuil”.
En ciertos momentos, resulta divertido ver cómo una dama de esa época se adapta a las costumbres locales: dormir en el suelo, el frío, los alimentos… y cómo juzga algunas cosas desde su prisma occidental y de esos años.También puede sorprendernos y casi escandalizarnos leer cómo pide dinero a su marido para poder proseguir viaje, ya que ella no trabajaba ni producía cosa alguna en el camino.
Pero no, no nos equivoquemos, era una mujer de su tiempo, pero realmente inteligente, perspicaz, y enamorada de esas tierras exóticas, en especial del Tíbet y los Himalayas, en donde mejor se desenvolvía y según ella su salud se beneficiaba gracias a la altura y la sequedad.
“A decir verdad, añoro un país que no es el mío. ¡Las estepas, la soledad, las nieves perpetuas y el gran cielo claro de “allá arriba” me obsesionan! Los momentos difíciles, el hambre, el frío, el viento que me cortaba la cara y me dejaba los labios tumefactos y ensangrentados, los campamentos en la nieve, durmiendo sobre el fango helado, y los altos en el camino entre una población increíblemente mugrienta, la codicia de los lamas y los lugareños, todo eso no tiene importancia, esas miserias pasaban enseguida y uno quedaba perpetuamente inmerso en un silencio donde sólo cantaba el viento, en las soledades casi desprovistas incluso de vida vegetal, los caos de rocas fantásticas, los picos vertiginosos y los horizontes de luz cegadora… Continúo hechizada”.
Desde luego, me dan ganas de salir corriendo al encuentro del Tíbet, sueño que espero cumplir un año de estos 😉 …
Efectivamente, cuando uno viaja a otros países puede “sufrir” en muchos momentos, pero qué pronto se olvidan y dejan paso a los mejores recuerdos: esos paisajes que te extasiaron, esas gentes con las que finamente te comunicaste a pesar de la distancia lingüística y cultural…
Alexandra fue una mujer enérgica y de gran carácter, con ideas precisas y sobre todo con una determinación enorme por viajar y aprender. Sin esas cualidades, probablemente no podría haber hecho tanto camino.Además del relato e impresiones sobre los lugares que visita, Alexandra no duda en reflexionar sobre el hecho de viajar, lo que puede aportarnos personalmente… y no duda en expresar y recordar el privilegio que ha conseguido vivir.
“Los viajes no sólo activan la sangre, como un deporte higiénico, sino que también activan la mente y le dan vigor. Viajar, al igual que estudiar, es alargar la juventud. Creo que no existe fuente de juventud más eficaz que estas dos cosas combinadas: viaje y actividad intelectual”.
“Por desgracia, en el mundo hay pocos lugares que escapen a la banalidad. Queda el Tibet, la última tierra todavía casi virgen… después ya no quedará nada, ningún rincón donde retirarse para quien no tiene alma de tendero. Realmente es una suerte haber nacido ahora en vez de cien o incluso cincuenta años más tarde, porque la mano de los “civilizados” está afeando terriblemente el mundo”.
Otro aliciente es que Alexandra era orientalista, y aunque no profundiza demasiado en sus cartas (o no hasta el aburrimiento), sí explica con claridad la filosofía de las diversas sectas que va encontrando y estudiando, sus conversaciones con los monjes tibetanos, los saddhus indios de cierto renombre, etc.
Por supuesto, viajar así y durante tantos años incluía aprender el idioma local e incluso las variantes dialécticas, y por sus estudios, aprender también a leer. Y ella tenía claro que se lo quería contar al mundo, pidiéndole a su marido… Conserva las cartas en las que te doy detalles de los países que recorro y la gente que los puebla. Debes de tener un paquete enorme, y guardarlas todas sería engorroso e inútil. Conserva únicamente las que puedan servirme de recordatorio para escribir un libro de viajes: las otras, aquellas en las que te cuento que padezco una enterocolitis o que me he quedado sin un céntimo, tienen un interés momentáneo, de modo que quémalas. Pero las que contienen aunque sea un detalle mínimo de los países y sus habitantes, o de las aventuras personales que he vivido en ellos, te lo ruego, guárdalas por incómodo que pueda resultar… Mis únicas notas son lo que te escribo, así que comprenderás su importancia para reavivar mis recuerdos y rememorar cosas que no he llegado a escribir, pero que acudirán a mi memoria por su relación con las que te he descrito…”
Qué diferencia con buena parte de los viajes que ahora hacemos o podemos hacer, mucho más apresurados incluso aunque duren varios meses, viables por los medios de transporte que entonces ni se soñaban, sobre todo el avión. Esos transportes nos abren el mundo, está claro, pero quizá no nos dejan saborearlo como se debe, porque también nos dan la opción de volver cuando queramos, rápido, en casi un chasquido de dedos… No obstante, al menos podemos atisbar algo, aprender y enriquecernos, aunque sea en pequeñas porciones y dejándonos siempre ganas de más.
Alexandra David-Néel tuvo suerte, valentía y coraje para hacerlo. Bien por ella, y por dejarnos este legado que nos permite soñar.
http://www.youtube.com/watch?v=cEF_BZKPN0Q
Gracias Claudia! Todo un carácter de mujer, admirable, y que demuestra que no hay edad para viajar, además, porque el empuje de esa pasión te lleva donde tu quieras 🙂
Jo, Carlos, te envidio. El Tibet es uno de mis viajes soñados, quiza el próximo año… Con libros como este, ni te cuento las ganas que me dan salir corriendo y verlo por mi misma 🙂
me ha encantado este post, qué mujer, qué empuje que tenía!
Esta mujer fué una pionera. Después de leer esto ya se lo que significa «una relación a la distancia» 🙂
Yo estuve en Dharamsala, en el museo del exilio tibetano, y te puedo asegurar que uno de mis viajes favoritos será hacer la ruta de la amistad y llegar a Lhasa. Impresionante el pueblo tibetano.
Gracias Ivan! Y gracias por el foto-video de ilustración, es genial!! 🙂
Gran post Alicia, y bien por esas mujeres exploradoras 😉