Título: El caballero del salón
Autor: William Somerset Maugham
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
William Somerset nos lleva por el Sudeste Asiático de principios del s. XX. Como tantos otros viajeros que nos legaron sus relatos, se movía por el mundo colonial, aunque en este caso haciendo caso omiso de muchas de las comodidades que le ofrecían, saliendo de las rutas prescritas y necesariamente de los alojamientos de su “clase”. Aunque sin prescindir de ellos cuando los encontraba, claro, ni de su ginebra o si whisky…
Se nota la mentalidad de la época que a veces nos puede resultar incluso hiriente, y sin embargo… es un viajero, no cabe duda, y ya en el comienzo hace su declaración de intenciones:
Para que el lector de estas páginas no se llame a error, me apresuro a señalarle que no encontrará aquí mucha información. Este libro es la relación de un viaje por Birmania, los Estados Shan, Siam e Indochina.
Aunque yo he viajado mucho, soy un mal viajero. El buen viajero tiene el don de la sorpresa. Está constantemente interesado por las diferencias que nota entre lo que ya conoce en su país y lo que ve por ahí fuera. (…) Pero, como yo doy las cosas por descontadas, dejo enseguida de verlas como algo extraño en mi nuevo entorno. Me parece tan obvio que los birmanos lleven un paso de colores que sólo mediante un esfuerzo especial puedo reparar en que no van vestidos como yo.
Yo viajo porque me gusta trasladarme de un lugar a otro: me gusta la sensación de libertad que esto me proporciona; me gusta sentirme libre de lazos, de responsabilidades, de obligaciones; me gusta lo desconocido. Me gusta encontrar personas extrañas que me divierten un rato y a veces me sugieren un tema para una composición. Me canso de mí mismo con frecuencia, y tengo la sensación de que, viajando, puedo añadir algo nuevo a mi personalidad y cambiar un poco. Nunca vuelvo de un viaje con la misma personalidad con la que partí.
Un viajero de los que se fijan en los personajesque el camino le depara, y de hecho el libro va saltando de historia en historia, con pausas para hacer “fotografías” del camino, de un amanecer, de ciudades como Hanoi o Bagan… o de los transportes y alojamientos que utiliza.
Un viajero que ante todo reflexiona y escribe sobre el hecho de viajar y todo lo que le rodea. Leyenda, mito, realidad, expectativas que suben y bajan, dificultades y pequeños lujos insospechados, la relativización de todo eso, y por encima de todo la magia de los nombres de ciertos lugares de los que apenas sabemos nada y sin embargo nos resultan evocadores y nos hacen soñar…
Ante todo, Mandalay es un nombre. Hay lugares cuyos nombres, por algún accidente de la historia o una feliz asociación de ideas, tienen una magia propia, y tal vez un hombre prudente no los visitaría nunca, pues las expectativas que suscitan difícilmente pueden hacerse realidad. Los nombres tienen una vida propia, y aunque Trebisonda ya no sea más que una aldea miserable, el prestigio de su nombre debe conferirle todos los oropeles del imperio a los ojos de cualquier persona mínimamente formada; y Samarcanda… ¿puede alguien escribir esta palabra sin que se le acelere el ritmo cardíaco y sienta la punzada de un deseo insatisfecho?
Un libro variado, en el que el lenguaje usado para contar una historia cambia cuando se trata de describir una escena.
Y cuando rompe con un pasaje lleno de humor… entonces es capaz de hacerte reír, vaya que sí!!
Por ejemplo, viajando por las montañas Shan, de aldea en aldea, se presenta ante los jefes y finaliza sus discursos con un chiste de su repertorio. Ellos siempre se ríen y William queda satisfecho. Sin embargo, cuando llega a una de esas aldeas, después del mismo protocolo de siempre, William cuenta un chiste que a él le gusta especialmente. Pero nadie se ríe. Lo comenta con el intérprete y éste le dice
-Son la gente más estúpida con la que nos hemos topado. He contado el mismo chiste todos los días, y ésta es la primera vez que nadie se ríe (…) ¿Por qué cuenta cada vez cosas diferentes? Usted se esfuerza demasiado con gente ignorante como ésa-
-Por lo que parece importarle, mejor limitarme a recitar la tabla de multiplicar – dije al final con la que me pareció una pizca de ironía.
Mi intérprete me regaló una generosa sonrisa, dejando al descubierto toda la hilera de dientes.
-sí, señor. Eso le ahorraría muchos quebraderos de cabeza –recalcó-. Usted recita la tabla de multiplicación y yo me encargo de hacer el discurso.
Lo peor del caso era que no estaba del todo seguro de acordarme de la tabla de multiplicar.
Aquéllos viajes que duraban meses, a velocidades de escala humana o animal en su mayor parte, daban para escribir y para leer mucho.
Me hizo mucha gracia y asentía cuando el autor comenta (no sin ironía o un poco de mala leche) cómo echa a faltar en las historias de los grandes exploradores la cotidianeidad de su viaje, las dificultades por las que pasaron y que sin embargo no dieron cuenta en sus libros.
Leyendo los libros de los exploradores, me ha sorprendido sobremanera el que nunca hablen de lo que comen y beben a no ser que se vean en un estado de extrema necesidad y cacen un ciervo o un búfalo para reabastecer su despensa cuando han corrido sus cinturones hasta el último agujero; o que estén tan necesitados de agua que sus animales de carga empiezan a morirse y, por pura casualidad, y en el último momento, se topan con un pozo; o merced a los cálculos más ingeniosos, van a dar a un lugar desde el cual perciben, al anochecer un resplandor lejano, que les revela que, si porfían unas cuantas millas más, encontrarán hielo para apagar la sed.
Entre las historias, me quedo con la de un monje cristiano-italiano que vive en las montañas Shan (hoy Birmania) y que se ha retirado de todo y de todos para vivir en compañía de las tribus que allí habitan. Para tratar de llevárselos al huerto de su religión, sí, pero sabiendo que es una tarea harto difícil o casi imposible. Es probable que sencillamente sea un hombre que se ha enganchado a una vida sencilla, libre de las preocupaciones “tontas” que a las sociedades modernas les aquejan. Un romántico, quizá.
Entre las “fotografías” escritas que nos regala, me quedo con las de los mercados birmanos, que tanto me recordaron al viaje que hice por aquellas tierras hace ya algunos años… las de las calles de Hanoi, que por cierto no es una ciudad que le gustase mucho, o la desazón ante la gran tarea de escribir sobre los templos de Angkor en la actual Camboya (algo que también me ocurre a mi, cuando pienso en trasladar aquella experiencia a mi blog de viajes, y aun hoy no he sido capaz).
Y por supuesto me quedo con todas sus reflexiones viajeras, sobre el viaje y sobre los viajeros, incluido los “ciudadanos del mundo”, que brillantemente describe. Reflexiones que siguen muy vigentes, aunque hayan pasado casi 100 años desde que las pensara y escribiera.
Para saber más… os animo a leerlo
Thanks Iván! está muy bien y te recordará buena parte de tus viajes por ahí… 😉
Gracias Vicenta! pues nada, anoto tu libro! 🙂
Gracias a ti Carmen! me alegro de que te haya despertado la curiosidad… sí, hay muchos clásicos de viajes que tenemos despistados, aunque con editoriales como Ediciones Del Viento, poco a poco nos van llegando… Veo que Angkor impone a much@s! 🙂
Gran reseña y muy buena pinta como libro para viajar a esa zona tan mágica y fascinante que es el Sudeste de Asia.
Gracias por este artículo. Yo tampoco conocía este libro de William Somerset Maugham, aunque a él sí; es uno de mis favoritos y con él me imaginé tomando un té en el hotel Oriental de Bangkok.
Es curioso lo que tenemos en común los viajeros escritores. A mí también se me hizo muy cuesta arriba hablar de los templos de Angkor en mi libro «Amanecer en el Sudeste Asiático» y por tanto no lo hice; solo hablé de las sensaciones que me causaron. De hecho, visité muy pocos templos a lo largo de los siete meses de viaje. Como a Maugham, también me interesó más la gente que conocí y la comida.
Ahora mismo buscaré el libro en su versión original para leerlo enseguida. Gracias de nuevo y un saludo.
Carmen Grau
Hola Alicia,
Me ha gustado la reseña que haces de «El caballero del salón». El libro, no lo conocía, participa del mismo espíritu con el que escribí «Por la senda de los budas». Quien sabe…quizás un mismo hilo invisible nos une a todos los que viajamos y escribimos.
Por cierto, coincido con Maugham y contigo que escribir sobre los templos de Angkor impone. Yo lo intente. Te invito a leer el libro en :
https://www.amazon.es/dp/B007ZAMZU6
Te lo puedes descargar gratuitamente desde el 22 al 24 de febrero. Me encantaría saber que te parece.
Saludos
Vicenta Cobo