Título: Guía de Kashgar para damas ciclistas
Autora: Suzanne Joinson
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
Ésta es una novela que nos transporta a otros tiempos y otros paisajes, gentes y costumbres, y a la vez nos habla de nuestros tiempos. Así es, dos pequeñas-grandes historias, de ésas que parecen insignificantes y que a la vez nos hablan de grandes temas.
La historia que da título al libro es en principio la más interesante desde el punto de vista evocador de los viajes.
Tres damas de los años veinte del pasado siglo se embarcan en un viaje-cruzada que acaba en Kashgar, detenidas por un suceso que descubriréis en el libro 😉
Dos de ellas son misioneras cristianas dispuestas a hacer lo que sea para ganar almas. Dispuestas a engañar y practicar una manipulación emocional a todos aquellos que estén dispuestos a escuchar porque necesitan de una mano amiga. Dispuestas a manipular a los débiles para ganar almas a su causa. Lo consiguen en una ocasión y las consecuencias son desastrosas.
En realidad sólo una de ellas es el “cerebro” de la operación, una gran seductora, individualista, y convencida de… ¿de qué, de que se ganará el cielo? Quién sabe. Pero sabe cómo hacerlo, es inteligente: aprende las lenguas locales y todas aquellas que pueden servirle para comunicarse con los demás, se adapta a las costumbres y al duro clima desértico de esta parte de Asia Central, y todo por la causa. Qué desperdicio, pienso, tanta inteligencia invertida en un objetivo fútil y egoísta. Para mí eso es hacer el mal, y gente como ésta ha llegado demasiado lejos, demasiadas veces.
La otra “misionera” no es más que un alma cándida que allá en Londres se dejó seducir por la primera (y además literalmente). Una mujer de la que nos queda su pasión por la fotografía. Armada con una Leica de las de entonces, retrata a la gente, a los detalles, al ambiente, a la flora, a todo lo que se le ponga por delante, como cualquier artista que no puede vivir sin su pasión. Un alma demasiado sensible y quizá por ello vulnerable.
La tercera dama, Evangeline English, es la hermana de esta última. Finge creer y querer contribuir a la causa de las otras, pero en realidad sólo quiere viajar y experimentar por sí misma cómo son esas tierras lejanas.Si es a bordo de su querida bicicleta, mejor. A través de sus diarios nos relata el viaje y todo lo que allí ocurre, mientras en su cabeza ronda la excusa para hacer este viaje: escribir una guía de Asia Central.
Kashgar muestra sus secretos a una dama inglesa ciclista. Los guardias han accedido a que saliera de la casa.
Desde mi bicicleta veo cosas: habitaciones en las que unas chicas se duermen frente a sus máquinas de coser, un cuchitril asqueroso que llaman hospital –dotado de un par de camas metálicas y unas sábanas sucias-, calles totalmente diferentes del estilo chino, llenas de Alá, de carros de burros, de cordero y de pan; calles que evocan las estepas de Asia central y que están a una distancia sideral de Pekín. También veo a los comerciantes y a los hombres que trabajan en el bazar, y oigo hablar muchos lenguajes: altaico, uzbeko, kazajo, kirguiso, iliturki, chino, ruso y árabe.
Los aromas de Kashgar, la actividad de sus bazares, el sabor de su exquisito pan y carne a la brasa, o el de los jugosos frutos que crecen en las huertas, se mezclan con la situación política –convulsa-, el tira y afloja entre la gran China y el Islam imperante, y las tribus nómadas… Recuerdo los días que pasé allí y pienso que muy pocas cosas han cambiado.
Asia Central es un puzzle étnico y de intereses de todo tipo que constantemente se desbarata, o está en peligro de hacerlo.
En paralelo, los días actuales de un Londres donde una chica inglesa dedicada a un proyecto sobre la juventud musulmana se dedica a viajar por todo el Oriente Próximo y Norte de África. Cuando vuelve a casa, aparentemente sólo le espera uno de ésos tipos casados y con hijos que parece que la única manera de poner sal en su vida sea tener una amante. Pero un día también se encuentra con un joven yemení, un inmigrante que por decir que no a un par de oscuros personajes ingleses que querían violarle, se lleva primero una paliza y después una complicación sobre su situación en el país.
Un joven que en su tierra era cineasta “con ideas propias”, algo que en su país no se soporta. Por eso tuvo que irse a un país “libre”.
Pero en Londres no encuentra la libertad sino una existencia anónima en una sociedad y cultura que no se entera de que él es un artista, un cineasta, que tiene ideas y que podría enriquecer muchísimo a los demás. Encuentra una existencia de convivencias forzosas con hombres de otros países árabes con los que pocas cosas tiene en común –ni siquiera las creencias porque hay muchos tonos en el Islam, como en todas partes- salvo la condición de inmigrante, y encuentra una vulnerabilidad mayor si cabe que en su propio país.
Saná es un laberinto, una enorme colmena donde puede uno hallar cobijo; es una ciudad alfabeto, con palabras y letras perdidas por todas partes. Las paredes están cubiertas de capas y capas de mensajes antiguos y recientes toscamente arañados en su superficie. Él podría haberse pasado una década filmando y fotografiando los muros de Saná si no lo hubieran obligado a abandonar el país.
Personajes que se encuentran, y una bonita historia surge, poco a poco y con cautela, pero surge.
Las dos historias encuentran su punto en común. La de los años 20 y la de la actualidad. Los personajes por fin se encuentran a través de las letras y los objetos conservados.
Y a nosotros nos quedan los pensamientos, las emociones, las sensaciones y los sueños.
Viajar es, en muchos sentidos, una experiencia intransferible. Con el fin de escribir este libro, he recurrido abundantemente a mis diarios y notas, pero estos –en esencia- se han convertido en un sueño remoto, igual que mis recuerdos del desierto, un desierto que fue en su momento muy real para mí. Ese es el problema a la hora de transmitir experiencias; para decirlo con franqueza, las aventuras (a falta de una palabra mejor) son intrínsecamente personales e íntimas. Incluso la operación de comprar billetes, subir a trenes y viajar en ferris, y todos los pormenores que entran en la organización de una empresa semejante se reducen, en último término, a una serie de momentos personales. Pese a todo, he aquí mi intento de reflejar algo de esos viajes. Esperemos que sea un intento valiente
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