Título: Las columnas de Hércules
Autor : Paul Theroux
Reseña hecha por: Alicia Ortego @Alisetter
El Mediterráneo es uno de esos “submundos” que la imaginación del viajero crea para sí mismo y sus objetivos. Igual que la Ruta de la Seda, Asia Central, el Sudeste Asiático… Son regiones que por la historia que han vivido y la que están viviendo, resultan atrayentes como un conjunto, sea compacto o no (a menudo no lo es).
Paul Theroux se planteó uno de estos objetivos viajeros. En el año 1994 decide recorrer la orilla del Mediterráneo “de cabo a rabo”, o mejor dicho, “de columna de Hércules a columna de Hércules”: de Gibraltar a Ceuta.
Quería hacerlo por tierra y/o mar, nunca por aire.
Me atrajo la idea, expresada ya en la contraportada, y también el nombre de Paul Theroux del que creo recordar que no había leído nada hasta entonces… ¿o sí? Sigo sin recordarlo. Me atrajo la idea en aquélla tarde madrileña, en la librería Altaïr, a pocos días de cerrarse definitivamente (o por un periodo largo) por culpa de la crisis.
P. Theroux contaba con todo el tiempo que quisiera, y unos fondos seguramente nada despreciables aunque se empeñaba en huir del lujo. Pero en más de una ocasión señala que no lo escoge porque no quiere. Y en alguna ocasión cede. También comenta precios que personalmente no me parecen tan razonables como sostiene, por ejemplo los 900 $ por un crucero de 12 días, siendo un barco más bien oxidado.
Por aquéllos años el Mediterráneo no estaba nada tranquilo. Un momento, ¿lo ha estado alguna vez? En fin. En 1994 la guerra de la Ex Yugoslavia continuaba. Por supuesto la ocupación israelí continuaba y estaba en un momento álgido de violencia. En Argelia los islamistas radicales iban a por todos los extranjeros que pudieran degollar y la policía también participaba cometiendo asesinatos e instigando el conflicto.
El viaje comienza en Gibraltar, al que dedica no pocas páginas… con bastante sorpresa y a veces estupor me adentré en los primeros capítulos, que continúan por la costa española. El punto de vista de un estadounidense de mediana edad se encuentra con una burbuja inmobiliaria en pleno desarrollo, y busca las corridas de toros a un nivel que personalmente me exaspera. Concluye varias veces que parece que lo único que interese a los españoles sea el horrible espectáculo de los toros (que él mismo experimenta en Mijas, empeñado en encontrarse cara a cara con el espectáculo que fascinó a Hemingway), seguido del fútbol, y que la pornografía ocupa una gran superficie de los quioscos de prensa. También sentencia que a pesar de ser gente amable, los españoles no quieren hablar con él de Franco. En el año 1994.
Logra enfadarme un poco y llegué a pensar que tendría que coger con pinzas su criterio cuando llegara a los lugares que no conozco, dado que sus análisis son bastante simplistas. Unos cuantos capítulos después tengo que darle la razón en lo que cuenta de algunos otros lugares, y también de la España de la primera mitad de los 90s que ha retratado… pienso que efectivamente puede ser una imagen bastante acertada, especialmente si uno se mueve por los barrios y bares más cañís de la costa levantina, que además en invierno aparece como arrasada y en suspenso a la espera de los turistas. En cualquier caso, nunca nos viene mal saber qué impresión damos al otro, y encajarla como podamos.
Francia no sale bien parada ante la aguda mirada de viajero experimentado, quizá un poco cascarrabias, de curioso humor. El racismo que encuentra en la Riviera, las señoras con sus perritos y los detritus de éstos por todas partes… si bien en la Provenza logra entender a Van Gogh.
En Italia en cambio se vuelve más amable. Se siente bien acogido, y disfruta (por fin) de la comida.
Se empeña y consigue llegar a la ya extinta Yugoslavia, en la que aún suenan las bombas y los militares van y vienen entre los refugiados, los que acaban de volver a su Dubrovnik medio derruido… Quiere ir a Mostar pero no lo consigue (unos meses después destruyen su famoso puente romano), y se encuentra rodeado de agujeros y dolor, personas aún en shock, niños histéricos y violentos que están mimetizando el horror de la violencia en que se crían.
Aquí el relato es dramático, absorbente y muy triste. Y él viajando por el simple placer de hacerlo, en los escasos buses, trenes y transbordadores… acusando anímicamente el bienestar vivido en Triestre apenas 2 días atrás. Tremendo.
Cabezota él, continúa hasta Albania aunque para ello debe volver a Italia por mar e invertir 4 días. Esto lo tendrá que repetir en varios puntos del Mediterráneo. No era su ideal, su objetivo, pero debe hacerlo así si no quiere poner en peligro su vida… o sencillamente porque las fronteras se lo impiden.
Albania es terriblemente mísero, según Theroux. Pobres de solemnidad “pero con caras europeas” le rodean y él se sobrecoge por la tremenda realidad que no quiso creer cuando se lo advirtieron antes de zarpar. ¿Recordáis aquéllos cargueros llenos hasta los topes de albaneses, que querían desembarcar en la Europa rica (Italia o Grecia) y que eran rechazados puerto tras puerto? Hablamos de esos años.
Al salir de Albania tiene que volver a Italia y casi sin darnos cuenta el autor se ha embarcado en un crucero de super-lujo que recorre buena parte del Mediterráneo. Desde la barandilla de éste redescubre el Mediterráneo que ya había recorrido antes por tierra. Las orillas de la Costa Azul se ven distintas, los pueblos son mucho más pintorescos y los colores mucho más intensos. Un montón de postales bellas y pintorescas se acumulan en su mente, y parece que está en otro sitio.
El paso por Grecia es casi tan “destructivo” como por España, o al menos así me pareció. Además Theroux se declara poco o nada interesado por las ruinas.
En cambio Estambul se lleva muchos piropos. ¡Casi le temía, ja, ja!
Allí intenta conseguir el visado para Siria pero le dan largas constantemente y descubre otro crucero que se dirige a Egipto e Israel, así que deja aparcado el objetivo de Siria y se embarca. Este es un crucero “cutre”, nada que ver con el anterior. Aquí predomina el óxido y todo está inundado por el humo de los pasajeros fumadores, todos turcos de clase media. Poco a poco se hace un sitio entre ellos, a quienes califica de muy amables, y llega a Alejandría, donde se escapa a El Cairo para entrevistarse ni más ni menos que con Naghib Mahfuz, convaleciente en el hospital porque acaba de ser apuñalado por un fanático religioso.
Después llega a Israel y éste es otro de los capítulos más interesantes para mi. En varias ocasiones recuerda la cantidad de millones que éste país recibe de EEUU, en concepto de “ayuda”, para posibilitar su prosperidad y defensa.
Theroux es claro: allí la gente habla en tono agresivo e impositivo, la entrada en el país con registro e interrogatorio (la salida, igual) es de una gratuidad inaceptable, y estar rodeado de armas de fuego constantemente, muchas apuntándole descuidadamente es una sensación desagradable. Las armas generan violencia. La intención de matar está implícita en aquél que lleva un arma.
Sin embargo, y sorprendido ante sí mismo, se siente “personalmente” seguro.
Termina de nuevo en Estambul y por tierra avanza por la Turquía rural hasta llegar a la frontera con Siria, donde logra entrar. Ay, Siria, hoy está siendo destrozada y aniquilada por los suyos, entonces se vivía bajo el régimen de terror del caudillo, omnipresente en todos los carteles y oculto en las conversaciones (ni su nombre quieren pronunciar).
Después de atravesar Jordania, vuelve al mar y acaba en el lado turco de Chipre, donde intenta pero no puede pasar al lado griego.
Otra imagen desoladora y sin sentido de este Mediterráneo que parece tan apacible, tan luminoso, tan pintoresco, tan bonito, tan ideal… en nuestras mentes.
El resto del viaje en una sucesión de idas y venidas por el mar para evitar Libia y Argelia, entonces no visitables, y llegar a Túnez, que es como una isla de paz y secularismo en este lado del Mediterráneo (hasta la Primavera árabe). ¿Y ya está hecho? Pues no, resulta que no puede cruzar a Marruecos desde allí porque el mal tiempo impide que naveguen los transbordadores y por tierra no es factible así que… vuelta a Italia, de ahí y Francia, de ahí a España donde lo intenta desde Málaga pero el transbordador tiene que dar la vuelta por el temporal, y por fin se vuelve a encontrar en el Estrecho de Gibraltar donde tras 6 días de tensa espera, por fin puede cruzar y llegar a Tánger donde busca a Paul Bowles (y le encuentra, también al final de sus días), y finalmente Ceuta.
Qué grande es el Mediterráneo. Qué complejo. Qué belicoso.
Un libro absolutamente recomendable. Le odiaréis o le querréis, pero en cualquier caso las tribulaciones de un viajero por tantos países y tantas situaciones merecen la pena.